Artículo número 28 del 2022, escrito por José Manuel Romero Barrios, Obispo de la Diócesis de El Tigre.
Una Iglesia en salida tiene que ser para, con y desde el otro. Ese otro que es prójimo, aunque opine distinto a mí, que es prójimo así sus comentarios y acciones no sean de mi agrado, que es mí prójimo cuando muchas veces no escucha y sea intransigente. Pues a ese prójimo que no es me simpático es a quien debo invitar a trabajar conmigo sinodalmente. Jesús es súper claro en su evangelio, que hoy nos debe iluminar para aprender a trabajar en sinodalidad.
En Lc 6, 27-38 nos dice: “En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les odien, bendigan a los que les maldigan, rueguen por los que les difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que quieran que les hagan los hombres, hagánselo ustedes igualmente. Si aman a los que les aman, ¿qué mérito tienen? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacen el bien a los que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? ¡También los pecadores hacen otro tanto!
Las realidades para escuchar son, ante todo, los sufrimientos y las esperanzas de aquellos que las mil formas del poder del pecado continúan condenando a la inseguridad, a la pobreza y a la marginación. Los santos se dieron cuenta muy pronto de que no se trataba de un mundo del cual defenderse y menos aún al que condenar, sino sanar y liberar, imitando la acción de Cristo: encarnarse y compartir las necesidades, despertar las expectativas más profundas del corazón, asegurar de que cada uno, por frágil y pecador que sea, está en el corazón del Padre Celestial y es amado por Cristo hasta la cruz. El que está tocado por este amor siente la urgencia de responder amando.
Lee la serie:
- Para que la luz de la Esperanza no se apague (I)
- Para que la luz de la Esperanza no se apague (II)
- Para que la luz de la Esperanza no se apague (III)
Vivir desde las periferias
En el Decreto de Optatam totius del Concilio Vaticano II se lee: “Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo”. La apuesta cristiana debe ser por los más vulnerables, porque son justamente ellos los que nos cambian la vida. En tantas misiones, en lugares vulnerables, nos hemos encontrado con muchísima gente buena, gente pobre, muy pobre, pero gente buena que nos cambian la vida, con su sencillez, con su entrega y dando, como la viuda pobre, la moneda de menos valor, pero dando todo lo que tienen. Porque apostar por ellos es sufrir con ellos, es sentir con ellos, es llorar con ellos y vivir esto amerita un coraje inmenso. Un coraje que no viene de nuestras fuerzas sino un coraje que viene del Espíritu, incluso el mismo Jesús de Nazaret entregó su vida, lo mataron porque se convirtió en un tipo bastante incómodo para el poder en su época, para las jerarquías religiosas de su tiempo.
El Papa Francisco repite con insistencia a la Iglesia: ¡vayamos a las periferias! El texto de Aparecida ayuda a comprender mejor esa invitación: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del continente”. ¿Quiénes son estos pobres del continente? ¡Las periferias existenciales! ¿Dónde es eso? De nuevo Aparecida responde con una larga enumeración: Comunidades indígenas y afroamericanas, mujeres excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica, jóvenes que reciben educación de baja calidad y que no tienen oportunidades, pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra y personas con empleos informales. También niños sometidos a la prostitución infantil, niños víctimas del aborto, familias que viven en miseria y pasan hambre, tóxicos dependientes, personas con capacidades diferentes, portadores y víctimas de la malaria, la tuberculosis y VIH – SIDA, secuestrados, víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados, ancianos excluidos, indigentes y presos que viven en situaciones inhumanas” (Aparecida 65).
14/06/22
+José Manuel, Obispo