Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Jesucristo se llamó a si mismo la “luz del mundo”. El ha venido a proponer un estilo de vida que no coincide con las propuestas que hace la sociedad. A lo largo de los siglos, sus discípulos y discípulas han procurado vivir según el modelo del Maestro de Nazareth, generando movimientos que han logrado incidir en su tiempo.
En este cuarto domingo de Cuaresma se lee el evangelio de San Juan 9, 1-41: la curación del ciego de nacimiento. Es toda una catequesis sobre el camino que ha de conducir a buscar al Señor Jesús, es una introducción a la vida de fe. Y de lo que está llamado el discípulo misionero, la discípula misionera a vivir y a ofrecer a sus contemporáneos: el camino de la luz.
Ante todo es preciso decir que el problema grave no es el ciego. Son los otros. Para Jesucristo curar al ciego resulta relativamente fácil (un poco de tierra amasada con la propia saliva, seguidamente la orden de irse a lavar a la piscina de siloé).
Desgraciadamente no logra abrir los ojos a los que dicen que ven muy bien y continúan, obstinadamente, teniéndolos cerrados.
Al ciego le bastó el milagro. Para los otros, el milagro no vale nada.
Es interesante notar cómo de un mismo hecho, que está a la vista de todos, salgan dos líneas contrapuestas: el beneficiado llega progresivamente a la fe, esto, es a la curación completa. Los fariseos se van cerrando cada vez más en su rechazo. No se dejan cuestionar por el hecho. Puesto que el hecho, la novedad, pone en discusión su saber, niegan el hecho, no quieren verlo.
Existen maestros que confunden la verdad con el juicio propio
Jesús cura, libera, da vida. Y los otros se empeñan en discutir, interpretar, indagar, procesar.
Jesús ha preferido el hombre al código, ha privilegiado el bien de una persona sobre la salvaguarda de las instituciones, no se ha dejado llevar por la preocupación jurídica sino de su humanidad.
En la vida es preciso que asumamos la tarea de mantener nuestra lámpara encendida buscando todo lo que sea auténticamente humano, que ilumine la vida de las personas que están a nuestro alrededor. Lo que degrada el sentido común, lo que entorpece el crecimiento de los valores, es preciso que los discípulos misioneros y las discípulas misioneras, enfilemos el haz de luz sobre esa realidad para iluminarla.
La suavidad de la luz se impondrá. Porque nuestros ojos están hechos para la luz, no para la oscuridad. Nuestro corazón ha sido creado para encontrarse con su Creador.
19/03/23
+José Manuel, Obispo