Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El paso evangélico que hemos proclamado (Lucas 2, 22-40) nos presenta a una familia humilde y pobre de Nazareth, la cual fiel a las tradiciones de su pueblo se presentan al templo para cumplir –sus miembros eran judíos- lo mandado por YWHW Dios en el libro del Éxodo “conságrame todos los primogénitos israelitas: el primer parto, lo mismo de hombre que de animales, me pertenece” (13,2); “dedicarás al YWHW Dios todos los primogénitos”(13,11) y en libro del Levítico 12, referente a la purificación de la parturienta.
El sacrificio que ofrecen por el rito de la purificación de la madre es el que podían ofrecer los pobres, aquellos que no tenían para comprar un cordero.
Es de hacer notar que el mandato de consagración de los primogénitos está inserto en el contexto de la celebración de la Pascua (caps. 12 y 13 del libro del Éxodo), en el contexto del nacimiento de Israel como pueblo de YHWH Dios, la noche de la liberación de la esclavitud de Egipto para ser pueblo libre que pertenece a YHWH.
El día de la pascua es el día en que para Israel resplandece la luz porque es liberado de la esclavitud y pasa a ser pueblo de Dios, “pueblo que yo formé para que proclamara mi alabanza” (Is. 43,21).
La presentación del primogénito varón tenía como finalidad consagrar todos los primogénitos a YHWH Dios según el criterio que todo primer fruto, tanto de humanos como de animales y vegetales, pertenece a Él.
El lugar en el que se encuadra esta escena evangélica es el templo de Jerusalén. Para los judíos el templo era el lugar que les identificaba como pueblo de YHWH, era la construcción que más tenían presentes en su mente y en su corazón. El salmo 122 expresa los sentimientos de los peregrinos. “que alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Nuestros pies se detienen ante tus puertas, Jerusalén” (vv.1-2).
La visión de la ciudad fascina al peregrino. Es una ciudad impresionante por su solidez, hechizadora por su belleza, bulliciosa por la multitud de sus peregrinos, tutora del derecho y de la justicia. Ciudad de paz y el salmista la desea para todos sus habitantes junto con la prosperidad en todos los órdenes y la buena convivencia entre todos sus moradores.
En 1 Re. 8,1ss encontramos la hermosa oración de dedicación templo recitada por el Rey Salomón. “día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre (vv. 29).
Lugar sagrado porque permitía que el encuentro del peregrino, del ser humano con el Eterno Viviente, adquiere una formalidad con los sacrificios, con las oraciones, con los cantos personales y comunitarios.
Tiempos, lugares, personas, objetos sagrados marcan el ritmo de la vida de los pueblos, de las comunidades, de las personas.
Las vicisitudes históricas hicieron que en Israel se fuese forjando la imagen del Día del Señor como una época de manifestación gloriosa de YHWH Dios para castigar los pueblos opresores y de exaltación del pueblo judío sobre los otros pueblos. Había pues un cierto delirio de grandeza, de dominio material.
La línea profética, en cambio, sostenía que la acción salvífica de Dios se manifestaría en medio de un pueblo pobre, con medios anodinos, en lugares pequeños como Belén de Judá, pequeña aldea.
La realización de la esperanza y de las promesas de Dios se lleva a cabo de una forma insospechada: un niño pequeñito es llevado al templo en brazos de sus padres, gente sencilla y humilde para cumplir lo prescrito por la ley.
Externamente nadie se dio cuenta de lo que allí pasaba. Sin embargo ese niño era el Rey de la Gloria, revestido de nuestra carne mortal; era la Luz del mundo que alumbraría a las naciones, la Gloria de Israel, el pontífice en todo idéntico a sus hermanos, compasivo y fiel que en esos momentos aparecía sometiéndose a las prescripciones de las costumbres religiosas del pueblo en el seno del cual había nacido.
Aquel que llegaría a ser Sacerdote, Víctima y Altar, está ahora siendo ofrecido por manos de María de Nazareth en el lugar central del culto judío; un sacerdote de la primera Alianza toma en sus manos a Aquel que, con su entrega en la cruz, sellará la nueva y eterna alianza. Es el Cordero que hará de sus hermanos y hermanas “raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios para que proclame las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1 Pe. 2,9).
05/02/23
+José Manuel, Obispo