Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Este domingo podríamos llamarlo “el domingo de Dios que pasa”.
En la primera lectura del primer Libro de Samuel, se relata la vocación de este profeta que marcará la historia del pueblo de Israel.
El autor del libro da unas características de la época y recalca que el profetismo como que había caído en un letargo, “la Palabra del Señor era rara en aquel tiempo” (3,1b). Con este detalle, se quiere señalar que las personas se habían olvidado del Creador, ya no tocaban a sus puertas, que cada uno hacía las cosas según “su real saber y entender”, la identidad de pueblo escogido por Dios se desdibujó.
Un gris pragmatismo invadió la vida religiosa de la comunidad; la fe en YHWH Dios ocupaba, quizá, el último lugar en la escala de valores de los israelitas.
¿A cuántos habrá llamado YHWH Dios?, ¿a cuántos les habrá faltado una mano amiga, una voz que le orientase? La voz de Dios es queda, discreta. Una llamada con frecuencia oscura, no fácilmente descifrable.
Puede ser fácil ir a la búsqueda de Dios. Pero es mucho más difícil caer en la cuenta de su presencia cuando está cerca.
Providencialmente el joven Samuel estaba en buena compañía, de modo que al escuchar su nombre, corre donde el anciano sacerdote Eli porque piensa que le llamaba. Se necesita alguien que como Elías, que ayude a entender, profundizar, discernir, interpretar.
Después el guía debe desaparecer, ha de quitarse de en medio. Su papel no es el del “sustituto” sino el del educador, que provoca al discípulo a llegar a la cita, a “soportar” aquella mirada y aquella pregunta ¿qué buscan?, a decir “aquí estoy”. El guía no es el centro, debe vivir fuera del centro; el centro es Aquel que llama.
Juan el Bautista es un hombre “excéntrico”, con su centro fuera de sí; por eso es atraído, movido de su puesto para ponerse en movimiento. El Bautista es un modelo de testigo.
Hay que reconocer que hay testigos de la estupidez y de la esclavitud que, en lugar de propiciar el progreso del ser humano, lo hacen retroceder. Los falsos testigos se reconocen fácilmente porque son fanáticos y polémicos, violentos consigo mismos y con los demás. Todo tienen que hacerlo ellos y solo sirve lo de ellos.
El verdadero testigo, por el contrario, es respetuoso tanto del otro como de sí mismo; no es polémico, sino capaz de asumir y asimilar la oposición.
Con qué madurez, con qué altura, actúa el Precursor. Porque conserva su rol de testigo, de aquel que ha visto, recuerda y refiere: el testimonio es una experiencia de vida que se convierte en palabra y se transmite a los demás.
La Palabra, principio y fin de la creación, participación en la vida y en la luz del Creador, toma voz en el testigo, que la hace presente aquí y ahora.
En la vida del Discípulo Misionero, de la Discípula Misionera, debe resplandecer siempre su “vivir desde y para Cristo”, teniendo presente que el Maestro, en vez de “fijar” a las personas, las “desaloja”, las pone en el camino (quedarse con Él significa hacerse itinerante con Él).
Es preciso construir comunidades, instancias en nuestra sociedad, en nuestras ciudades e instituciones en las que nos ayudemos mutuamente a buscar la verdad, en las que propiciemos la madurez para decir, hacer y actuarla.
17/01/21
+José Manuel, Obispo