Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Nos ofrece la posibilidad de reafirmar una dimensión esencial de la vida humana: el sentido del misterio.
La experiencia de la vida cristiana es ciertamente una experiencia espiritual que involucra los sentidos en cuanto son potenciados, transfigurados por el Espíritu Santo para emprender el camino hacia el Misterio. Pasar de lo visible hacia lo invisible.
La vía de los sentidos, la capacidad intelectual constituyen canales mediante los cuales el ser humano se abre a la revelación divina, la cual adopta algunas veces el lenguaje de los sentidos (basta leer en el Evangelio en el que se habla de luz, pan, perfume, agua, voz).
Pero luego los sentidos han de ser purificados, trascendidos para poder “ir más adelante” (plus ultra), para penetrar en la esfera de lo divino. Como el águila, más alto y más allá.
Partiendo de lo que es cierto, evidente, descubierto, se afronta el viaje hacia las realidades más secretas, hacia lo que está vedado, escondido, insondable, fuera de nuestro alcance.
Dios habla el lenguaje del hombre, siembra en su camino señales fácilmente perceptibles, para provocarlo a que se adentre en un territorio “sagrado”, que le es desconocido y que no puede recorrer con sus rotas sandalias en los pies (cfr. Ex. 3,5).
En una palabra, de lo que es seguro y se puede tocar, al riesgo de “dejarse atrapar” por lo imprevisible y no programable.
De una pisada inconfundible, de una huella precisa, al descubrimiento infinito, “a contar las estrellas” como Abraham.
De la palabra a la contemplación que ya no nos permite encontrar de nuevo las palabras.
Del diálogo al momento inefable en que, no sólo no se logra decir nada sino que no hay nada que decir.
A medida en que nos adentramos en el misterio del Altísimo más nos envuelve el misterio. La revelación, en efecto, no tiene por objeto explicarnos a Dios, entregárnoslo como rehén de nuestros razonamientos, atrapado en las telarañas de nuestros pensamientos sino ponernos en contacto con su misterio.
Mientras más nos aproximamos, más nos percatamos que el Misterio es inasible. Solo nos queda el balbuceo.
Dios ciertamente no está lejos. Pero está escondido “cierto que Tú eres un Dios Oculto” (Is.45,15).
Dios Trinidad no permanece encapsulado en la arquitectura estupenda de su universo. Con el Verbo hecho carne, abandona el puesto que le ha sido asignado y la Trinidad inmanente (en sí misma) se hace Trinidad económica (como la conocemos los seres humanos), las Tres Divinas Personas se hacen encontradizas con el ser humano y todo terreno se convierte en sagrado tal como lo manifestó a Moisés “quítate las sandalias de los pies, porque el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex. 3,5).
Al hombre y la mujer le es concedida encontrarla, reconocerla, acogerla, pero no le está permitido entretenerla, fijarla allí, en un punto determinado.
Dios Uno y Trino lleva al hombre y a la mujer a otra parte. Le quita las seguridades a las que quisiera permanecer aferrado para conducirlo consigo a lo largo de un camino no trazado por manos del hombre.
Quisiéramos conocer a Dios en sí mismo; Él, por el contrario, se deja conocer por lo que actúa en nosotros. Nos está cerrada por los momentos la contemplación del rostro de Dios como lo afirmó al gran Moisés “entonces él (Moisés) pidió enséñame tu gloria… pero mi rostro no lo puedes ver…” (Ex. 33,20). Pero queda la posibilidad de escrutar el rostro de Dios vuelto hacia el ser humano.
La Trinidad Santa deja caer un trozo de su misterio, descubriéndose a través de su “debilidad” frente al ser humano.
Y esto crea un nexo más sólido que cualquier razonamiento.
Más que obstinarnos en explicar quién es Dios, estamos llamados a manifestar nuestra pertenencia a Él.
30/05/21
+José Manuel, Obispo