Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
La ciudad es el escenario de la vida cotidiana. La ciudad puede convertirse en un destino dichoso de convivencia o en tormento diario de violencia y de tensiones destructoras. Cada ciudad es el resultado del destino de una grande y compleja comunidad humana. Cierto que hay destinos que se pueden elegir y son fruto de una voluntad popular e histórica, (Paris, la ciudad luz; Viena, capital del vals. Mérida, la ciudad de los caballeros) y hay también otros destinos trágicos que se imponen fatalmente a un pueblo, nombres de ciudades ligada a épocas oscuras y tristes de la historia, signadas por lo negativo: Auschwitz, Hiroshima, Chernobyl, etc. Foto: Basílica de San Francisco en Asís. Revisa también, El camino de San Francisco de Asís, la vía de peregrinación de Italia.
La ciudad es mucho más que un lugar geográfico, espacialmente limitado y arquitectónicamente definido. Significa más que pura arquitectura. Es sobre todo donde se vive y se desarrolla el drama vital de muchas personas y familias que constituyen la comunidad ciudadana. Y la verdad es que los conglomerados urbanos se afianzarán; según los datos que ha elaborado la ONU, la población urbana mundial debería aumentar un 84% en las próximas décadas, pasando de los 3 mil 400 millones de 2009 a 6 mil 400 millones en 2050.
Una ciudad, si quiere ser original y hacer historia debe tener una ética y una estética ciertamente, pero sobre todo debe ofrecer a sus habitantes una conciencia histórica y un destino humano y humanizante. Las ciudades que no han sabido ofrecer, transmitir un verdadero y auténtico proyecto vital han quedado reducidas a pura arqueología o a un recuerdo más o menos caduco.
Son pocas las ciudades que han sido capaces de reactualizar la categoría del rejuvenecimiento. Esto es solo posible gracias al espíritu de las fuerzas que las anima. Una de esas ciudades es Asís.
Los biógrafos del hijo de Asís afirman que ya en sus últimos días, el Seráfico Padre bendijo a su ciudad natal: “Señor, creo que esta ciudad fue antiguamente refugio y morada de hombres inicuos y malvados, temidos en todas estas regiones. Pero gracias a tu inmensa misericordia, en el tiempo que te complació, veo que has mostrado la sobreabundancia de tu bondad, de tal modo que la ciudad se ha transformado en refugio y morada de aquellos que te conocen, glorifican tu nombre y propagan el perfume de una vida santa, de recta doctrina y de buena fama en todo el pueblo cristiano”.
Asís es la patria chica que ha visto nacer y desarrolar la biografía excepcional de dos personajes, Francisco y Clara, que se han sembrado en la historia y la han transformado ya que generaron un movimiento espiritual que ha trascendido en el tiempo porque sus personas encarnaron e hicieron posible una utopía: vivir el Evangelio sin glosa.
Hijos de una ciudad, se han convertido en padres fecundos de su misma ciudad. Es tal vez en esta ciudad, como en ninguna otra que el destino de un pueblo se ha identificado con la biografía de uno de sus hijos. Un hombre y un lugar se han encontrado tan íntimamente que han terminado por identificarse. Y esta ciudad lanza todo un reto: la vivencia auténtica de la religión constituye un modo privilegiado de humanización, tal como lo expresa la oración del Santo sobre su ciudad.
¿Qué aportes ha hecho el franciscanismo a la humanidad?
Visión positiva del hombre y sus circunstancias: Francisco ha hablado con el lenguaje de los hechos, de la sinceridad, de la transparencia del servicio desinteresado y de la confianza en el otro. Francisco ha hablado un lenguaje que todos pueden comprender.
El santo asisense está en las antípodas de los destructores y detractores de la humanidad. Su visión del ser humano y del mundo es radical y apasionadamente positiva. Es uno de los más destacados representantes de la afirmación del hombre y de la vida. Aquí precisamente radica una razón fuerte para construir una ciudad a medida del ser humano. Un autor, parafraseando a René Descartes, llegó a afirmar “que existir democráticamente es dudar los unos de los otros”; creo que San Francisco de Asís diría “existir democráticamente es confiar y esperar los unos en los otros y vivir los unos para los otros”.
En este momento de nuestra Venezuela hemos de apostar por este modelo de pensamiento y de acción, como lo hizo en su tiempo nuestro querido Dr. José Gregorio Hernández Cisneros. Apostar por todo lo que sume y multiplique, no lo que reste y divide para generar convivencia humana entre todos los habitantes de una ciudad, de una nación.
Solo una idea elevada de la vida, del hombre, de la mujer, es capaz de engendrar heroísmo y sacrificio en favor de la comunidad ciudadana. Solo una visión amplia, pluralista y profunda del ser humano y de la historia hace posible y fuerte la verdadera democracia. La grandeza de una personalidad individual o comunitaria está en relación directa a su apertura y respeto a la realidad, a saber respetar al que piensa distinto, a saber conjugar el verbo en la primera persona del plural y en razón inversa a los intereses particulares y egoístas.
Es importante descubrir que en nuestras ciudades se dan espacios en los que se suscitan tantos dramas, historias, llenas de valores, “necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra a Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas” (EG 71).
Nuestros contemporáneos están deseosos que los discípulos de Jesucristo les ayuden a infundir en las ciudades ese “suplemento de alma” para que resalten los valores de la cordialidad, de la solidaridad de tal manera que la vida cotidiana no sea una “carrera contra el otro” sino que se convierta en un espacio de convivencia.
Hay una relación detrás entre una auténtica antropología, una concepción de la persona humana y una auténtica ecología. La persona, según la cultura dominante, debe poseer mucho, consumir mucho y no ser. Pero si la persona comienza a verse a sí misma como un administrador de la Creación, esto cambia todo, porque ya no debe dominarla, ya no tiene como objetivo el dominio».
Y San Francisco tiene mucho que enseñarnos.
04/10/2020 +José Manuel, Obispo