Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
¿A quién enviaré?
Sorprendente esta pregunta que YHWH deja correr en la historia humana. Sorprende que el Todopoderoso no tenga un “as” bajo la manga para darse la respuesta.
Sorprende porque el Todopoderoso se hace dependiente de la respuesta de un frágil ser que es una “brizna de paja en el viento”.
Sorprende porque los hombres y mujeres estamos llamados a realizar una labor divina, un trabajo que es propio de Dios: darse a conocer.
El Altísimo ha podido confiar esa tarea al coro angélico, estos hubiesen realizado la tarea con mayor eficacia y eficiencia.
¿Qué necesidad tiene Dios de enviar a alguien? Es propio del amor el difundirse; es como el perfume: su fragancia no puede ocultarse; es como la luz: brilla y llega a los sentidos. Tanto el perfume como la luz invaden toda la vida del ser humano y le llenan de sentido. La luz llega a los ojos y penetra el alma; el corazón retoza ante el haz de luz; exhalar un perfume permite esbozar una sonrisa. Y eso alegra la vida.
El enviado, la enviada, los enviados, las enviadas. ¿Qué van a llevar? Van a alcanzar a sus contemporáneos con un mensaje de salvación: Dios Padre nos ama y quiere que vivamos. Y no se trata solo de la vida física. Los mensajeros llevan en y con sus vidas, la oferta de la vida divina que quiere tocar las puertas del corazón “porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida” (Mensaje del Domund 2020).
En este contexto de pandemia, cuando cada uno busca preservar la propia vida – y es legítimo que así sea- la llamada a la misión, implica también el interés para que las personas que nos rodean, puedan conservar también su salud; la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado, al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.
La pandemia no ha frenado la actividad misionera; ha servido para mostrar cuánta generosidad hay en el corazón de tantos hombres y mujeres; también ha servido para poner al descubierto cuanto sufrimiento existe en nuestros campos y ciudades. Y lo más asombroso es que mientras más necesitados hay, surgen más personas e instituciones dispuestas a poner su grano de arena con el fin de aliviar tanto sufrimiento y dolor.
Nos acompañan 10 jóvenes que van al Seminario Mayor Arquidiocesano Jesús Buen Pastor de la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar; algunos a proseguir su camino formativo; otros, a iniciarlo. El tiempo en el seminario no se mide ni por las materias cursadas ni por los años transcurridos. Las nuevas Normas Básicas traen la gran novedad: el paso se mide por Cristo, la medida de las medidas.
Etapa de discipulado (lo que antes se llamaba filosofía) ¿he puesto mi disciplina, mi vida en Cristo? El discípulo deja que el Maestro le enseñe en todo momento; el discipulado lo entendemos si soy capaz de ofrecer hasta 50 veces el día a Dios Padre como aconsejaba Santa Teresa de Jesús.
¿Qué se pide al discípulo? Que conozca al Maestro, que se deje conocer por el maestro. Que podamos hacer nuestra la oración de San Patricio:
Cristo conmigo, Cristo delante mí, Cristo detrás de mí, Cristo dentro de mí, Cristo debajo mí, Cristo sobre mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo cuando me acuesto, Cristo cuando me siento, Cristo cuando me levanto, Cristo en la anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura, Cristo en el corazón de todo persona que piensa en mí, Cristo en la boca de toda persona que hable de mí, Cristo en los ojos de todos los que me ven, Cristo en los oídos de todos los que me escuchan. Amén
La etapa de la configuración (llamada antes teología): de tanto conocer, oír, ver al Maestro, de tanto convivir con el Maestro, ya se hace natural que el joven aspirante al ministerio ordenado transparente al Maestro.
Toda la formación para el ministerio ordenado es planteada desde una perspectiva comunitaria desde su mismo origen, ya que nace en el seno de una comunidad familiar, se desarrolla en el ámbito de la familia parroquial, se forma en el seminario en el contexto de una comunidad educativa que incluye a los diversos componentes del Pueblo de Dios; en la ordenación presbiteral se incorpora en la familia del presbiterio para el servicio de una comunidad concreta (cfr. Introducción a las Normas Básicas, 3); así pues “La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia” .
Por eso la formación en el Seminario mis queridos jóvenes, es un esfuerzo constante en ser con los otros, para los otros y desde los otros, porque la formación no es para sí mismo sino en orden al futuro ministerio en el seno de una comunidad.
Que María de Nazareth, mujer dócil a la Palabra y que se puso en camino, siga acompañándoles en esta nueva etapa de sus vidas.
18/10/2020 +José Manuel, Obispo