En este domingo continuamos en la liturgia con la narración de la multiplicación de los panes. Veíamos al Señor Jesús que se refugia en la montaña “él solo”. Se ha percatado de la necesidad de la multitud y satisfecho su necesidad material. Pero ha roto los esquemas “políticos” de los que le buscan para hacerlo rey. Toma distancia.
El Maestro le reprocha a la multitud que solo ven el momento presente con el pan que les ha saciado, se contentan con “los trozos de panes”. Lleno el estómago, tendrían que despertar a otros horizontes. Jesús se propone como “pan de vida” para impedir que el ser humano se sienta satisfecho cuando ha logrado asegurarse el pan sobre la mesa.
El Maestro invita al hombre a descubrir otra hambre, otra sed y a respetarlas.
El evangelista san Juan suele usar más el término “signo” en lugar de “milagro” ¿Por qué?
El milagro tiene el peligro de convertirse en un punto de admiración que genera en el hombre un momento de asombro, un entusiasmo superficial dejando una estela de “estrella fugaz”.
El signo, por el contrario, constituye un punto interrogativo, que obliga al hombre a superar la materialidad de hecho, la envoltura de la exterioridad, para captar el mensaje secreto, para plantearse las preguntas fundamentales sobre la persona y la misión del Señor Jesús.
Es de hace notar que los signos milagrosos en la perspectiva joánica introducen a la fe pero necesitan la palabra para la plenitud de su eficacia. Por eso a cada signo, le sigue un discurso del Maestro para su correcta interpretación y consiguiente conclusión. El signo no desemboca directamente en la fe. Pero se llega del signo a la fe pasando a través del encuentro con la palabra.
Cristo desvanece la torpe idea del hombre de encerrarlo en sus angostos horizontes. Hay una aparente contradicción joánica: el Verbo baja del cielo y viene a “plantar su carpa” en medio de los hombres. Por otra parte se presenta a Jesús como Aquel que se obstina en arrastrarnos a otra parte, hacernos plantar nuestra carpa en su mundo, fuera de nuestra geografía bien establecida.
El Cristo en el Evangelio de San Juan alcanza al hombre, a la mujer allí donde está, para desarraigarlos, para desplazarlos, para obligarlos a ir mas allá de sus confines.
El auténtico discípulo para el pensamiento del cuarto evangelio es aquel decidido a superarse a sí mismo. Ligero de equipaje, debe pasar el umbral para entrar en el espacio de la libertad del Reino.
Y eso requiere un esfuerzo enorme.
Hace falta abandonar los horizontes mediocres, una cierta rutina en el culto, una cierta manera de hacer las cosas para descubrir experimentar el amor de Dios Padre para ser “rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad” (Papa Francisco).
Abandonar verdaderamente “las ollas de carne de la esclavitud” implica revestirse de la nueva condición humana para poder abrir el corazón a dimensiones divinas, donde los demás tengan cabida; ir mas allá de los slogans. Y apostemos por la vida plena para todo.
01/08/21 +José Manuel, Obispo