PARA QUE LA LUZ DE LA ESPERANZA NO SE APAGUE (II)
(Christus Vivit, 48)
Los jóvenes, agentes transformadores en la Iglesia y en la Sociedad
Los jóvenes son conscientes de la trascendencia de este mensaje para el hombre y la mujer de hoy, necesitados de sentirse amados por lo que son y no por lo que tienen. Dios Padre nos ama no por lo que hacemos o logramos sino que nos ha creado y redimidos por amor.
Sentirse escogidos para proclamar ese amor como la verdadera fuente de toda vida humana es contribuir a la construcción de la Civilización del Amor.
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Los jóvenes cristianos están deseosos verdaderamente de conocer el corazón de Dios Padre hecho un “corazón de carne” en Cristo. Y están haciendo su mejor esfuerzo para arraigarse en su condición de discípulos misioneros y discípulas misioneras para convertirse en agentes portadores de curación, vida nueva y esperanza.
Como los fariseos que preguntaron a Jesús: “¿Cuándo va a llegar el Reino de Dios? El le contestó: “El Reino de Dios no viene aparatosamente, ni se dirá: Véanlo aquí o allá, porque miren, el Reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 17,20-21).
Para predicar al Señor Jesús, el joven no debe lucir estrafalario o aparecer como un extraterrestre tal como lo afirma la carta a Diogneto “los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida…” (ofic. Lectura mierc. V sem. Pascua); en palabras del Papa Francisco “es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser bichos raros. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los apóstoles que “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Act. 2,47; cfr. 4,21.33; 5,13) (CV,36).
Liderazgo en clave comunitaria
El Papa Francisco nos recuerda que: “Ser cristiano, sacerdote u obispo es un regalo gratuito del Señor Jesùs. No se compra. Y la santidad consiste precisamente en «custodiar» este don recibido gratuitamente y no por méritos propios”[1].
Por eso el Liderazgo de los jóvenes tiene que luchar por el colectivo, por una sociedad real que sufre y tiene necesidades. El valor infinito por su comunidad nos hace ver que el Reino se vive sintiendo dolor con los dolores de tantos. En Lc 19,1-10 Jesús se sienta a comer con los pecadores: “Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tú casa”. En este caso no es el rendimiento moral lo decisivo para la salvación de este hombre, sino que el Reino de Dios está más allá de la Ética, porque la salvación es una gracia dada.
Por eso “Con la expresión Reino de los Cielos no se alude unilateralmente a algo trascendente, sino que se habla de Dios, que es tan inmanente como transcendente, sobrepasa infinitamente nuestro mundo, pero también es completamente interior a él”[2].
El modo de actuar de Jesús será una novedad siempre que se viva como regalo, como gratuidad. Es como un tesoro encontrado en un campo, quien lo encuentra vuelve a enterrarlo y vende todo para poder comprar ese campo y así ser dueño de ese tesoro. El Papa Francisco nos dirá: “Cuando Dios elige, hace ver su libertad y gratuidad. Pensemos en todos nosotros que estamos aquí: pero ¿por qué nos eligió el Señor? «No, porque somos de una familia cristiana, de una cultura cristiana…» No. Muchos de una familia y cultura cristiana rechazan al Señor, no quieren. ¿Pero por qué estamos aquí, elegidos por el Señor? Gratuitamente, sin ningún mérito, gratuitamente. El Señor nos ha elegido gratuitamente”[3].
31/07/22
+José Manuel, Obispo de la Diócesis de El Tigre.
[1] Homilía del Papa Francisco en casa Santa Marta del 21.01.2020.
[2]RATZINGER, Joseph: Jesús de Nazaret.Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 2019. Pág. 147.
[3] Homilía del Papa Francisco en casa Santa Marta del 21.01.2020.