Manuel Malaver
Debe existir, pero no he leído hasta ahora un análisis, estudio o reflexión sobre el profundo cambio que se operó en el país, a raíz de las elecciones parlamentarias del 6D que dieron la mayoría absoluta a la oposición democrática en la Asamblea Nacional.
Suceso fundacional de otra Venezuela, de una diferente a la que un gobierno de teoría, praxis y vocación neototalitaria pretendió remacharnos por diversas vías durante 17 años y que, de repente, de manera pacífica y constitucional, y por decisión de las mayorías nacionales, se deconstruyó para no volver a reconstruirse ni en este, ni otros siglos.
Si se me permite un símil –o quizá una exageración- diría que fueron acontecimientos que recuerdan a los que sacudieron a Europa del Este y la Unión Soviética a finales de 1989 y durante todo 1990, y que dieron al traste con el imperio comunista panrruso y abrieron paso a otra humanidad que, en stricto sensu, es la que viene configurando el siglo XXI.
Solo que allá, en Europa del Este y Rusia, la caída fue, sin duda, más vertiginosa, conmocional y generalizada, puesto que, alcanzó a toda la sociedad civil y a todos los poderes del Estado; en cambio que, en Venezuela, más que de una caída, debe hablarse de una fragmentación que alcanzó a la sociedad civil, pero no al Estado, de cuyos dos poderes electivos, solo el Legislativo fue recuperado por la oposición, porque el Poder Ejecutivo, cuya cabeza es el presidente Maduro, se mantiene en manos del ancian regime, cuya decisión ha sido, hasta ahora, resistir.
De todas maneras, la división, polarización, confrontación o choque tiene un significado casi cósmico, pues una fuerza constitucional, electoral y pacífica se ha hecho con la posibilidad de normar toda la vida institucional venezolana, en cambio que, una minoría cívico-militar deslegitimada y respaldada apenas por los poderes delegados del TSJ, el CNE y la Fiscalía, niega que el Poder Legislativo tenga facultades para obligarlo a someterse a la Constitución.
Y es en este contexto, donde cobra toda su importancia el “Referendo Revocatorio”, convocado por la oposición para que sea el pueblo el que decida si Maduro continúa o no en la presidencia, -disposición constitucional que lo alcanza por cumplirse este mismo año la mitad de su período-, y a la cual, de oponerse, se declararía en rebeldía contra la Constitución, que autorizara a la Asamblea Nacional a aplicarle el articulo 350 de la misma, por el que la ciudadanía sería llamada a rebelarse hasta sacarlo del poder.
En otras palabras, que en la perspectiva del choque de poderes en Venezuela, es el nuevo poder, el Legislativo, el que cuenta con la Constitución para someter al Ejecutivo, y no a la inversa, lo cual, impone un diálogo pero no para que la Constitución no se cumpla, sino para que se cumpla lo menos traumático posible.
Es decir, mediante una transición que ya está en marcha, puesto que es la Asamblea Nacional el poder que legitimó el pueblo para dirigir el proceso y lograr que en un tiempo relativamente corto, Venezuela pueda tener un nuevo modelo de desarrollo, nuevas políticas y un nuevo gobierno.
De modo que, el enorme logro o avance de la oposición democrática en su lucha por la recuperación de la libertad durante las elecciones del 6D, no puedo sino graficarla con dos hechos fundamentales: 1) El cese de la división, polarización, confrontación o choque en la sociedad civil que, en 80 por ciento (lo dicen todas las encuestas) está apoyando a la Asamblea Nacional en su lucha por reinstitucionalizar al país y su traslado a los dos poderes electivos del Estado: el Legislativo y el Ejecutivo. 2) Que en la perspectiva del conflicto, es la Asamblea Nacional la que cuenta con la Constitución para imponerse, porque, no tendrá el monopolio de las armas, pero si el de las leyes.
Creo que es la reposición, en términos venezolanos y latinoamericanos, del mito bíblico de “David y Goliat”, y por el cual, un pastor inerme, pero valiente, ingenioso y paciente, derrota a la fuerza bruta, armada y torpe, por el simple accionar de una soga (la Constitución) que lo confunde, paraliza y derrumba.
Conviene recordar que, en estos días, la fuerza de David que es la democracia, el estado de derecho, la constitucionalidad y la paz, es más poderosa que nunca y que, munida del apoyo representado en una votación mayoritaria, es invencible.
Para demostrarlo estos siete meses, en los cuales, la fuerza de la Asamblea Nacional y la MUD, ha sido mantenerse en el marco de la más irreprochable legalidad, sin caer en la tentación de acudir a decisiones que podían violar los debidos procesos, y que fuera el Poder Ejecutivo, el que incurriera en todas las omisiones posibles para imponer la voluntad popular.
La acción más atrevida –y hasta ingenua- intentada en este sentido, fue autorizar al Poder Judicial -concretamente, al TSJ-, para que “legislara” contra la Asamblea Nacional, anulando sus leyes, reinterpretando sus funciones y amenazando con declarar “inconstitucionales” las elecciones en que fue electa.
Todo lo cual, de ser llevado al extremo, configuraba un golpe de Estado ejecutado por el TSJ a nombre de Maduro, pero permitiendo establecer las debilidades y las divisiones que carcomen al Poder Ejecutivo, pues ni siquiera en un trance en que debía contener la AN para sobrevivir, se atrevía a asumir la responsabilidad de la ruptura del orden constitucional en su sentido más irreparable.
Son momentos de vacilaciones sin duda, pero no solo porque retrocede ante la ejecución de una medida de fuerza de tierra arrasada, sino porque no cuenta con el respaldo militar para sostenerla.
Y ello explica por qué todo el peso de la represión contra la oposición se dejó a los Colectivos (de hecho una organización paramilitar), o a la Guardia del Pueblo (otra fuerza civil represiva entrenada para matar), y solo en último término, y en los últimos tiempos, a la Guardia Nacional Bolivariana, cuyo Comandante General, Néstor Reverol, acaba de ser defenestrado por el Alto Mando y el CEO (Comando Estratégico Operacional) “por excesivamente madurista”
Mientras tanto, la Asamblea Nacional y la MUD, concentraban toda su estrategia en la convocatoria del “Referendo Revocatorio”, cuyo primer evento, “El Firmazo”, -realizado durante la última semana de junio- implicó una movilización nacional que hizo recordar el 6D, y siguió con la validación de las firmas que terminó hace dos semanas, significando otro enorme sacudón que se prolonga en un recorrido que hacen líderes opositores para que el CNE llame a la recolección del 20 por ciento de las firmas que hará inevitable que la cita refrendaria se realice este año.
Sin embargo, la ruta de la AN y de la MUD para que el Poder Ejecutivo y Maduro aceptan le reinstitucionalización del país, no apuntaría a todo su alcance si no nos detenemos en el esfuerzo logrado para que los dos tercios de la OEA apoyaran el “Informe Almagro” sobre la violación de los Derechos Humanos en Venezuela y el 23 de junio pasado la “Carta Democrática” fuera activada contra el dictador.
Y de igual manera, debe destacarse que otra multilateral regional, tan importante y emblemática como la OEA, el Mercosur, empieza a negarse por decisión de tres de sus cuatro miembros, a traspasarle la presidencia de la organización a Maduro y aun a no reconocerle la membresía en agosto próximo.
En definitiva, batallas ganadas por la AN, la MUD y la oposición para que el neototalitarismo refugiado en el Poder Ejecutivo entregue sus últimos cuarteles, y sin amenazas de atropellos ni retaliaciones los chavistas y maduristas que no han cometido delitos puedan integrarse a la vida política en un clima de reconciliación, unión e integración nacional.
Opinión | La Asamblea Nacional ya es el gobierno de transición, por Manuel Malaver