José Guerra
Lamentablemente, la segunda mitad del 2016 pasará a la historia patria como el semestre del hambre. Esta semana nos anuncian unos ajustes en los precios de unos cincuenta productos regulados que los ubicarían entre 30 y 50% más baratos que los “precio especulativos” (bachaquero). Dado que actualmente estos últimos pueden fácilmente quintuplicar los precios regulados, en realidad nos están anunciando aumentos de precios del 100%, o más. Se nos trata de consolar esgrimiendo que “son productos que estarán muy por debajo de los precios internacionales” y que esperan que “en seis meses se estabilice el sistema de producción y distribución”, como quien dice: no revoquen a Maduro que en seis meses todo será leche y miel.
El vocero Pérez Abad llegó incluso a vaticinar caídas nominales en precios: “esperamos anunciar pronto por cierto, una disminución en algunos precios, que podamos decir que la leche que cuesta 72 bolívares a lo mejor dentro de seis meses valga 20 o 25 bolívares”, algo físicamente imposible en medio de la expansión que registran los agregados monetarios. No es que los ajustes de precio no puedan teóricamente contribuir a incrementar la oferta de productos, pero en el contexto actual, eso solo es posible si se hace como parte de un conjunto coherente de medidas, como el que semanas atrás fuera discutido en el pleno de la Asamblea Nacional. Si no se adoptan medidas complementarias, como restablecer la seguridad jurídica o frenar la inflación, estos ajustes de precios no tendrán efecto significativo sobre la oferta (o las colas) y solo servirán para empobrecer aún más a la población.
La meta económica para este año fue anunciada claramente por Merentes (reducir las importaciones en un 40%), lo que en términos físicos se traduce en que, cual Mercader de Venecia, el régimen se ha trazado rebanarle a cada venezolano unas dos libras de carne, literalmente. Ya no es una cuestión de simple racionalidad económica, sino de la mera restricción física que impone la segunda ley de la termodinámica: si transformamos todo el volumen de alimentos disponible a una unidad común, la suma de todas las kilocalorías que entrarán al sistema-país no alcanzará para satisfacer los requerimientos calóricos de la población. Puesto en una balanza imaginaria, el pueblo venezolano en su conjunto pesará en diciembre unos 22 millones de kilos menos que lo que pesaba en enero, y eso nada más por hablar de la masa corporal.
La violencia en las colas, la “regularización” de los saqueos, el descontento generalizado son solo las manifestaciones más visibles de este proceso de ajuste. No menos importante es lo que sucede en los hogares, puertas adentro: el que come menos, el que come lo mismo, el que no siempre come y el que se quita el bocado de la boca para dárselo a otro. En medio de esta tragedia, la hermanita resentida nos dice que eso es falso, que en Venezuela hay comida para alimentar tres países, y su hermanito resentido nos dice, silbando en la oscuridad, que ya no hay tiempo para efectuar el referendo revocatorio este año. Trastornos de personalidad aparte, es obvio que esta gente no sabe lo que se siente recibir una soberana patada de un pueblo pasando hambre. En lo personal, no tengo duda que antes de diciembre revocamos a Maduro, pero no estoy tan seguro que la gente pueda esperar. El hambre aprieta.
José Guerra / Diputado a la Asamblea Nacional