Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la nueva Diócesis de El Tigre, estado Anzoátegui.
El que parte y reparte….sirve
El ser humano está siempre en búsqueda del sentido de lo que es y de lo que hace. Esto lo diferencia del animal; aprender a leer más allá de la realidad para captar la realidad simbólica es importante en el momento de escoger, de sentirse motivado a encontrar razones para la vida.
Se lucha por el pan de cada día. Más no da la vida, en todo caso, la alimenta, la nutre. La vida filial y fraterna es la que le da sentido, es el pan que sacia el hambre del ser humano.
De la misma forma que el agua de la que se nace y el aire que se respira, el pan es símbolo primordial de la vida: se lo come para vivir. Pero diferente del agua y del aire, el pan no es solo don de la tierra y del cielo, sino también producto del trabajo, amasado con alegría y fatiga, con esperanza y sudor. En él están inscritos tanto el bien y como el mal, el destino del hombre y de la mujer, únicos seres llamados a colaborar con el Creador para llevar a su realización plena el proyecto de la creación.
Hay panes de panes. Hay uno que se compra y se vende, que genera contiendas y muertes. Hay otro pan que se recibe del Padre y se comparte con los hermanos en el amor mutuo, que transforma nuestras necesidades en lugar de relaciones y de comunión. Este pan no solo conserva la vida sino que también nos da la vida propia del Hijo.
La vida del ser humano se juega en su relación con el pan. Cuando se come en compañía sabe más sabroso y los otros se convierten en com–pañ-eros. El comer simple sacia el hambre del animal; el hacerlo en compañía permite que los comensales crezcan en humanidad. Se le encuentra sentido a un gesto común y corriente.
Las palabras que ha “hecho y dicho” el Señor Jesús quieren abrir los ojos a sus comensales para que vean más allá. No es como dice el dicho “el que parte y reparte, le toca la mejor parte”. Esto es “quitarle vida” al pan, es convertirlo en objeto de muerte por cuanto el pan que da vida es el que se reparte con generosidad.
La comunidad eclesial está llamada a ser la comunidad que se “reparte” para que a todos llegue el Pan de la Vida. A ser servidora para que la Vida del Señor Jesús pueda nutrir la vida de todos los discípulos.
Estamos llamados a descubrir la iglesia que el Señor Jesús quiso, la que El soñó. Y es tarea nuestra lavarle el rostro. Porque somos nosotros quienes afeamos su rostro al negarnos a compartir con los demás. Cuando nos convertimos en dueños y nos olvidamos que Cristo se hizo “comida” nuestra al entregar su vida para que siguiéramos su ejemplo. Y no lo hemos hecho.
La Providencia Divina nos ofrece un momento estelar porque nos ha dado nuestra Diócesis de El Tigre para que ofrezcamos nuestros “cinco panes y dos pescados” y le permitamos a Jesucristo saciar el hambre de presente y de futuro de la que padecemos hoy.
No lo dejemos solo. Sólo El tiene Palabras que se convierten en Pan para alimentarnos. Es tarea nuestra llenar con ellas nuestra vida y compartirlas con los demás.