Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El viernes 19 de Junio de 2020, llegó por las redes la noticia que toda Venezuela esperaba: el Santo Padre Francisco, firmó el decreto que llevará al honor de los altares como Beato al Dr. José Gregorio Hernández Cisneros. Largo y trajinado proceso de casi siete décadas. Ilustración de origen desconocido.
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Dios Padre nos está hablando con este evento en este momento de pandemia, de sufrimiento del país;
cuando tantas familias sufren porque carecen de lo elemental para una vida digna; cuando el deterioro de la salud se acrecienta porque hay que pasar días para surtir gasolina
cuando en los centros de salud no hay la dotación necesaria para una buena prestación del servicio.
Cuando “podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo” (Papa Francisco).
Cuando los actores del hecho político han olvidado el servicio al pueblo y se han convertido en “mercaderes del templo” y, como Esaú, se venden “por un plato de lentejas” al mejor postor,
cuando parece que el desaliento y el desánimo hacen mella en la vida de los venezolanos,
cuando el valor de la vida no está en el vocabulario de muchos dirigentes del país,
cuando se conculcan los derechos humanos,
cuando hay tantas personas e instituciones que están trabajando, hombro a hombro, por construir un mejor país
Entonces brilla en el cielo de nuestra nación esta estrella del Dr. José Gregorio Hernández. Son tantos los valores que en el venezolano “de a pie” podemos descubrir para ser como él. Porque, vamos a confesarlo, todos tenemos algo del Dr. José Gregorio pero los talentos, las cualidades, las aptitudes, que hemos recibido para el servicio de la comunidad, los hemos enterrado como nos lo muestra el Señor Jesús en la parábola evangélica de “…tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo …” (léase Lucas19, 11-25; Mateo 25,14-30).
Bueno, estimado lector, estimada lectora, ha llegado el momento. Rememos mar adentro y en un gesto de confianza en el Señor Jesús, arriesguémonos para asumir alguno de los talentos/amores que sirvieron de faro en la navegación de este ilustre trujillano.
Amor al estudio: se dedicó con pasión a sus estudios. Logró venir a Caracas a estudiar, al graduarse de médico le ofrecieron ayuda económica para montar un consultorio en la sultana del Ávila y lo rechazó porque tenía que ir a servir en su pueblo porque allí no había médico. Ganó una beca para ir a Paris y allí se formó con los mejores científicos de la época. Ha podido haberse quedado en la Ciudad Luz; sin embargo, decidió regresar a su país donde lo necesitaban.
Amor al trabajo: profesor universitario, era proverbial su puntualidad y las exigencias a sus estudiantes. No se conformó con la Universidad que encontró sino que puso toda su ciencia para mejorarla en la calidad de los conocimientos que impartía a sus estudiantes.
Amor a la pobreza: “Oh, pobreza bienaventurada que da riquezas eternas a quienes la aman y la abrazan” (Santa Clara de Asís). Su fama de excelente profesional de la medicina, de magnífico profesor universitario le podían haberle servido de trampolín para hacerse con muchos bienes de fortuna.
“Lo que se hereda no se hurta”. Jamás olvidó sus raíces familiares ni geográficas. Su familia era pobre, campesina; venía del interior del país; no se dejó robar la mayor de las riquezas: un corazón limpio y puro, que se enternecía ante el sufrimiento ajeno, como su Maestro, Jesús de Nazareth; ¡¡en qué buena escuela se matriculó el Dr. José Gregorio!! Al igual que Jesús de Nazareth, él procuraba solucionar las dificultades concretas (léase Mc. 3,7-12; Mt 14,13-22); en estos textos evangélicos, el señor Jesús se compadece de los pobres y multiplica los panes para saciar el hambre.
Al contrario, se dedicaba a atender a todos sin distingos de ninguna clase, sin embargo, hizo su “opción preferencial por los pobres”. A estos servía, les compraba las medicinas, les daba dinero. Tanto así se extendió su fama, que se le llama “el médico de los pobres”. Que blasón tan glorioso para este humilde trujillano que no buscó grandezas sino que se sembró en el corazón de la personas a quienes atendía.
Amor a la verdadera sabiduría: Hacer el bien se le hizo natural a nuestro amado médico. Su participación diaria en la celebración eucarística, la lectura asidua de la santa Biblia, su vida de oración, la rectitud en su vida como ciudadano, su devoción a la Virgen María, como profesional de la medicina, su desempeño como científico, el mirar la realidad de sufrimiento de los débiles y de los pobres todo esto le permitía crecer en santidad y sabiduría.
Como bautizado, se dejó guiar por las luces del Espíritu Santo; “su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe” (San Lorenzo Justiniano, Sermón 10 en la fiesta de la purificación de la Santísima Virgen María, Ofic. Lectura Sábado XI Ordinario A).
En su esfuerzo por ser útil a su prójimo con sus buenas obras, lo hacía de manera que la caridad de Cristo era lo único que lo apremiaba.
Aceptación de todos: Entre sus compañeros de estudio y de trabajo, había varios que no profesaban ninguna fe religiosa. Y sin embargo, trabajó con ellos porque el servicio a los demás estaba por encima de las diferencias políticas o religiosas.
Era todo un universitario. No excluía a nadie porque no pensase o actuase como él. La Universidad representa la diversidad de pensamiento que obliga a la tolerancia, respeto, a buscar el diálogo, al encuentro.
La figura del médico de los pobres es un regalo que la Divina Providencia ha puesto en el alma, el corazón y la vida de todos los que vivimos en esta Tierra de Gracia.
22/05/2020 +José Manuel, Obispo