Los discípulos están desconcertados porque su Maestro ha anunciado que será perseguido, que tendrá que sufrir la muerte. Como es lógico suponer, todo esto les hace trastabillar, les “engarruña” sus proyectos porque, al ponerse en su seguimiento, los planes eran otros. Foto: https://travesiapirenaica.com/senderismo-con-luna-llena/
Seguían la mentalidad de la época: el Mesías tenía que ser poderoso, el Esperado devolverá a Israel el poderío que detentó en otros tiempos.
El Señor Jesús lentamente ha ido introduciendo a sus discípulos en el perspectiva del proyecto divino, que asuman el sentido del valor salvífico de dolor y del sufrimiento.
En este domingo leemos el párrafo llamado la transfiguración del Señor Jesús. Con tres de sus discípulos sube a una montaña alta y allí tienen una experiencia muy particular ¿En qué consiste? Allí el Maestro se transfigura, se llena de blancura y aparecen Elías y Moisés, Pedro quiere construir tres chozas, los discípulos se asustan, se oye una voz desde una nube, luego se quedan solos con Jesús y bajando del monte el Maestro les exige que no mencionen nada de lo vivido allá arriba.
La condición de discípulo misionero, discípula misionera lleva consigo la realidad del camino, camino que nos lleva a diversos lugares; el itinerario cuaresmal nos introduce en el corazón de la experiencia cristiana ya que allí se tiene que despojar de todo lo superfluo. Se va allí con lo esencial.
Y eso significa que hemos de ir purificando nuestras ideas de Dios Padre y del plan de salvación, que pasa por realidades que están lejos de nuestro imaginario. El poder, la fuerza, están casi siempre en nuestra visión de la religión. Y de eso es preciso despojarnos.
La transfiguración permite que los discípulos tomen un poco de “aire fresco” para hacer frente al escándalo de la cruz. Entrar en la intimidad de Cristo es una exigencia del camino discipular.
La presencia de las dos grandes figuras del Antiguo Testamento vienen a indicar que en Cristo es asumida toda la historia de la salvación, que es preciso leer “la ley y los profetas” para captar la novedad de Jesús de Nazareth; en Él llegan a cumplimiento las promesas contenidas en la experiencia del éxodo y en la palabra de los profetas.
La pascua anticipada no exime de la “oscuridad de la fe”; quedarse solo con Jesús es un llamado a caer en la cuenta que va camino a Jerusalén, en donde será ajusticiado; un hombre como los demás, es más, un condenado a muerte que se encamina hacia el patíbulo infamante. La luz se ha apagado. Sin embargo, en ellos ha permanecido encendida una palabra “este es mi hijo amado, escúchenlo”.
Toda la situación generada por la pandemia ha puesto al descubierto la “desnudez” del ser humano. Se percibe un cansancio y un anhelo que todo esto termine, cuántos dramas han sido desencadenados por el covid, pareciera que todo está destinado a hacer de nuestra vida un calvario, que la historia estará siempre llena de rojas amapolas, las guerras; que el paso de una época a otra será determinado por los conflictos bélicos.
Pareciera que el hombre de hoy es incapaz de descubrir algo que esté por encima o por debajo de su experiencia cotidiana, invadida por el mal, por lo absurdo y por lo negativo, y que constituye el sentido de lo que hace y de lo que padece; se siente íntimamente ateo, desprovisto de la capacidad de sobrepasarse a sí mismo y su historia y de leer las señales de la presencia activa de Dios Padre en la historia y su significado.
Aquí entra la obediencia a la voz de la nube “escuchénlo”. Lleva esto a afinar la vida para descubrir detrás de la opacidad de la realidad, la luz del rostro de Dios y abre un nuevo horizonte en el que se divisa el árbol del madero de la cruz, cuyo fruto es la vida.
Dios en el hombre y el hombre en Dios. Es la gran enseñanza de la escena evangélica de hoy: es la prefiguración y el anticipo del futuro final, una señal de esperanza para el mundo.
Aprender a descubrir esas jornadas de sol en medio de una tempestad; tener una actitud permanente; sugiero tres rasgos que la orienten:
1. Una “simpatía inmensa” respecto al mundo. Los discípulos misioneros y las discípulas misioneras necesitamos deslumbrarnos ante la grandeza de tantas cosas buenas y bellas que hay en el mundo.
2. Solidaridad gratuita. Vivir la confesión de fe en la divinidad de Jesucristo como una experiencia mística, pedir al Señor Jesús que ponga en nuestras pupilas dos “gotas frescas de fe”.
3. Confianza en el porvenir de la humanidad. Hay mucha bondad, generosidad en las personas; hay personas e instituciones que se afanan por encender una lucecita en medio de la oscuridad, arrimemos nuestra velita para vencer las densas tinieblas. “El Verbo de Dios asumió la humanidad una vez para siempre y nunca la abandona”. ¿Cómo se puede creer en la Santísima Trinidad si no se tiene confianza en el hermano? Este es un “mundo con Espíritu” (Román Sánchez Ch); esta humanidad y su historia caminan ya bajo el impulso del Espíritu, “señor y dador de vida”.
28/02/21
+José Manuel, Obispo