Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
La Resurrección no es sólo un acontecimiento histórico del pasado para recordar y celebrar; es más, mucho más: es el anuncio de salvación de un tiempo nuevo que resuena y ya irrumpe hoy: “Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43,19); es el “por-venir” que el Señor Jesús nos invita a construir.
La celebración del día de hoy, en medio de una situación de pandemia, que nos exige cumplir con ciertas normas necesarias de bioseguridad: presencia reducida de personas, tapabocas, distanciamiento físico, etc, es una prueba palpable de la presencia del Resucitado: dos jóvenes han permitido que el Señor Jesús tomase sus vidas y en un itinerario formativo han ido perfeccionando y aquilatando ese encuentro con el Eterno Viviente. Y hoy dirá cada uno de ellos: heme aquí Señor Jesús, para servirte.
La realidad se nos presenta cargada de muchas preguntas e inquietudes, las respuestas están lejos de satisfacer el corazón inquieto del hombre y de la mujer de hoy; estamos entrando en territorios desconocidos. Una presencia, un virus imperceptible ha hecho saltar todos los esquemas; lo que habíamos aprendido parece que no sirve de mucho. Pareciera que la humanidad estuviera a la deriva. Y nadie se puede salvar aisladamente.
Y los que más sufren son los pobres, los pequeños, los frágiles, los descartados de la sociedad.
Una de las ventajas de nuestro tiempo es que al encontrarnos perdidos, en la incertidumbre, tenemos pocas respuestas. Menos mal porque cuando no tenemos respuestas prefabricadas, cuando se nos escapan las certezas, cuando no podemos poner palabras ni seguridades a casi nada. Incluso cuando estamos más insatisfechos, hay espacio para Dios.
El Dios revelado por Jesús de Nazareth es especial: le gusta lo pequeño, lo humilde, lo que es un poco limitado e ignorante. Casi pudiéramos decir que se siente menos cómodo donde todo está claro.
La comunidad eclesial siempre se ve sometida a la realidad de estar a la altura de las necesidades de los tiempos, debe actualizarse, debe realizar un “aggiornamento”, una puesta al dia. Nuestra Iglesia Venezolana realizó esa tarea con la celebración del 1er. Concilio Plenario de Venezuela entre el 2000 y el 2006.
En su documento, Obispos, presbíteros y diáconos al servicio de una Iglesia comunión, traza unas líneas gruesas sobre el perfil de los ministros ordenados.
Hombres que vivan una fuerte experiencia de Dios en el seguimiento e imitación de Cristo, Buen Pastor.
Decididos a vivir en fraternidad y construir la comunión en la Iglesia y en el mundo
Testigos de Cristo al servicio de la Nueva Evangelización
Conscientes de avivar en si mismos el carisma recibido a través de la formación permanente
Traduciendo estos rasgos en términos bergoglianos pudiéramos resumir en tres aspectos:
A) Rezar sin cansarse:
Cada estado de vida, para ser abrazado íntegramente y protegido de incursiones amenazantes, debe cultivar una particular «relación íntima», que le permita desplegar todas sus posibilidades y lo proteja de los riesgos potenciales. Para nosotros, ministros ordenados, se trata de la amistad personal y cotidiana con el Señor Jesús.
Un padre de familia, una madre de familia en todo lo que hace y proyecta tiene presente a los miembros de su entorno familiar, se esmera en llevar alimentos para que se nutran, un diácono debe llevar a la familia de la iglesia su oración, su entrega generosa. Recuerden que no recibirán un cargo sino un ministerio, que debe ser desarrollado desde la propia vida.
B) Caminar siempre:
Sentirnos peregrinos porque la vida no es una fórmula.
El sábado 06 fui a celebrar confirmaciones en la parroquia San Francisco de Asís y en la ambientación colocaron una frase ¿para qué me has llamado? Era un invitación a los jóvenes –y a toda la comunidad- que habían perseverado cuando muchos otros dejaron por diversas circunstancias. Igual ustedes, queridos Marcial y César, preguntarse les permitirá “pulir siempre la aureola”, evitarán la rutina en la vida y en el ministerio.
C) Compartir con el corazón
En el numeral 120 de las Normas Básicas de la Formación Presbiteral leemos: “Así el pastor aprende a salir de las propias certezas preconcebidas y no concebirá el propio ministerio como un conjunto de cosas por hacer o de normas por aplicar, sino que hará de la propia vida el “lugar” para una escucha acogedora de Dios y de los hermanos”.
César y Marcial, experimenten que su vida se entrecruza para siempre con aquel niño, niña en el bautismo, aquel o aquella joven en la confirmación, los novios que están delante entregando su vida, aquel enfermo o enferma a quien le llevan la comunión -y que después como presbíteros-, le celebrarán la unción; el penitente –hombre o mujer- que está delante llorando sus pecados. No nos queda otra cosa que bendecir y alabar al Señor Jesús porque a ti, pobre pecador, te toma como instrumento para que su misericordia se derrame sobre las personas.
Que nuestros fieles nos sientan discípulos del Señor Jesús, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y puedan recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Para poder ser “pescador de hombres” hemos de experimentar que el Señor Jesús nos “pescó” a nosotros; el Apóstol San Pablo lo expresa así: “No es que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección: yo sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó” (Filp.3,12).
En nuestra naciente Diócesis hemos optado por las Células de Evangelización, por las pequeñas comunidades, según la perspectiva y el modelo propuesto por nuestro Vicario de Pastoral, Pbro. Lic. Nehomar García Pérez, es importante que la experiencia que han tenido sigan profundizándola.
La Providencia Divina nos ha regalado en el futuro beato Dr. José Gregorio Hernández Cisneros un modelo de discípulo de Nuestro Señor Jesucristo, es preciso que en toda nuestra Diócesis se realicen, se conozca el material que nos permitirá prepararnos para la celebración y más allá de la celebración, para que los valores humanos y cristianos que encarnó este venezolano universal permeen la vida de nuestras parroquias, nuestras universidades, hospitales, colegios para poder cambiar el corazón de cada venezolano y construir una sociedad nueva, más justa, más fraterna, más responsable, más democrática.
14/02/21
+José Manuel, Obispo