Las motivaciones no siguen intactas. Cada día que Nicolás Maduro pasa en Miraflores, rodeado de sus compinches, esos que en grupo llegaron al poder y desmantelaron al Estado, el venezolano que no se reconoce en ninguno de ellos, suma un granito más a su saco de esperanza, el ánimo crece por milímetro y de sólo imaginar que logramos el cambio (que vamos a lograr) el cuerpo experimenta esa sensación de victoria. En algunos ese espejismo es pequeño, en otros más grande.
La marcha del 16 de noviembre deja varias enseñanzas, pero la revelación la vi en seis personas a las que le pregunté, por qué marchas.
Porque quiero que mi hija viva en un país en libertad, porque nos tienes destrozados Nicolás, porque aquí seguimos dando la lucha en nombre de esos familiares que se fueron a pasar trabajo en otro país… Respondieron algunos. Y allí entendí qué los mueve.
La marcha, la movilización, ponerse una gorra, cargar el tricolor nacional encima, es un acto individual con motivos muy personales. Y profundos. Es un acto que se hace colectivo con los afectos y anhelos de cada participante.
Hubo sectores que llamaron a marchar. Hubo sectores que llamaron a no hacerlo y hubo sectores que no se pronunciaron. Los dos primeros sienten que tienen razón y exigen adeptos. Hombres y mujeres de todas las edades superaron esos llamados, superaron los errores, los embarques, superaron las contradicciones de todos los dirigentes políticos. El 16N los superó y la gente salió porque no se reconoce en Nicolás. El 16N salimos porque ese motivo profundamente instalado en nuestras vidas, vale más.