Isaías, gran pedagogo del adviento. Habría que leerle con una gran paz interior, dejando que sacuda nuestras conciencias dormidas, aliente a la esperanza, anime a la conversión, promueva gestos claros de paz y de reconciliación entre los hombres y entre los pueblos.
Heraldo de la esperanza. Consuela, anima, proclama la Palabra de YHWH Dios al pueblo. Impresiona escuchar las palabras del anciano profeta, las cuales expresan los sueños de YHWH Dios para con su pueblo de ayer y de hoy.
Nos hace soñar al regalarnos un cuadro optimista de lo que se puede hacer cuando se escucha la voz de Dios “de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”; en el capítulo 11 muestra un cuadro del proyecto de Dios para la humanidad, al describir como los animales que parecen irreconciliables estarán en paz: el lobo y el cordero; YHWH Dios regala siempre juventud a su pueblo: “pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse” (40,31)
Juan Bautista, el Precursor; precede, prepara el camino; suscita la espera del que ha de venir.
La voz del Precursor invitando urgentemente a la conversión, al cambio de mentalidad, se hace oír repetidas veces. Y nos convoca a todos, también ahora, a la tarea de preparar los caminos del Señor.
Todas las imágenes usadas para “preparar el camino” indican que los hombres y mujeres deben empeñarse en quitar los obstáculos y tracen un camino despejado de tal manera que el encuentro con el Salvador puede realizarse.
La salvación es el resultado de dos caminos que se encuentran. El recorrido por Dios Padre y el recorrido por el hombre.
Cuando Dios Padre interviene en la historia de los hombres, su palabra está en boca de un personaje no oficial, de un tipo un poco selvático. Juan predica desde el desierto, lugar inhóspito. Lugar de silencio. ¿No estará pidiéndonos que hagamos un espacio de silencio? No confundamos Navidad con ruido. Es una invitación al silencio. Madre Teresa de Calcuta solía afirmar que “Dios es amigo del silencio”.
María es la que canta el cumplimiento de la espera y muestra a nuestra mirada a Aquel que ha venido y ha vencido.
Los días de Adviento tienen un color entrañablemente mariano ya que la Doncella de Nazareth constituye el modelo preclaro de las actitudes y gestos a desarrollar en este tiempo, en el cual en la liturgia de la Palabra, se resaltan las virtudes -generosidad, escucha de la Palabra, atención a las necesidades de los demás, capacidad de sacrificio, valentía, etc. – de algunas mujeres de la Antigua Alianza; se exalta la actitud de obediencia, fe y humildad de la Virgen María.
El Papa Francisco en el documento programático de su pontificado “La Alegría del Evangelio” ha puesto el acento en rasgos bien humanos de la Virgen María, rasgos que la hacen bien cercana; “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (EG 285); “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y el cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles, sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (EG 288).
María de Nazareth es una gran pedagoga porque nos enseña a acoger la Palabra y a ponerla en práctica.
La Liturgia de las Horas nos hace orar en la mañana con el Benedictus (cfr. Lc.1,68-79) –cántico entonado por Zacarías, padre de Juan Bautista, y en la tarde con el Magnificat (cfr. Lc. 1,46-55), invitándonos así a cantar cada día las alabanzas del Dios que nos salva en el cumplimiento de las promesas vividas en la jornada.
Solo si abrimos cada uno de nuestros días con este gran deseo de que el Señor Jesús visite nuestra vida como un sol que surge, podremos, en cada tarde, reconocer que su venida ha dado cumplimiento, también hoy, en este hoy de Dios, a nuestra esperanza.
Celebrar el Adviento significa también descubrir el misterio del anonadamiento, de la humildad, del vacío. Juan el Bautista afirmó “es preciso que El crezca y yo disminuya”; María: “Dios ha mirado la humillación de su sierva”. En el Adviento tiene un lugar destacado la virtud de la esperanza vivida en la verdad.
Dar testimonio de la verdad significa hacerla, obrarla, verificándola. Proclamar la venida de Cristo en poder, la victoria definitiva sobre la injusticia, el dolor, el mal, la muerte, es empeñarse en primera persona para que se imponga el bien, la justicia, la felicidad, la vida.
El Reino llegará con más fuerza y luminosidad si los anunciantes, los pregoneros, realizan las obras del reino. Este es el valor del testimonio.
01/12/19 +José Manuel, Obispo