Monseñor José Manuel Romero Barrios, Obispo auxiliar de la Diócesis de Barcelona y rector de la parroquia San Juan Bautista en San Tomé.
Por los Caminos.- Razón de nuestra alegría pascual (II)
A la luz de las tradiciones bíblica y litúrgica, la resurrección de los muertos responde al drama de la muerte, es respuesta que se fundamenta en Dios, fuente de la vida y Señor de la justicia: se alcanzará la plenitud del reino con la victoria sobre la muerte y sus secuelas: la mentira, la opresión, la injusticia.
La resurrección, no solamente ilumina el destino personal, sino el del mundo, que también aspira a la redención total, el mensaje de la resurrección amplía y profundiza fronteras de la experiencia humana, encerrada entre el nacimiento y la muerte. Sabemos por la fe que, en el fondo del ser humano, hay un germen de nueva vida, revelada por Jesucristo.
La resurrección del Señor Jesús es la realización del Reino predicado por él mismo como inminente. Dicho de otro modo, al predicar Jesús la inminencia del Reino, predicó la renovación total de la realidad, la resurrección plena. Los ven en la resurrección del Jesús el comienzo de la resurrección universal, ya que resucita como “primogénito de una multitud de hermanos” (Rom 8,29) .
La afirmación de que el Señor Jesús ha resucitado no se reduce a que alguien resucitó, sino que se centra en que fue Jesús, el crucificado por llevar a cabo la justicia del reino. Es, pues, la resurrección signo anticipado del triunfo de la justicia. De ahí la mirada a la cruz como punto de partida y a la resurrección como punto de llegada, siempre en relación con el reino y su justicia. La Iglesia apareció como comunidad de creyentes y testigos del Resucitado.
En definitiva, la fe es fe en la esperanza y la esperanza es esperanza de resurrección. Esto es lo que los primeros cristianos creyeron y anunciaron. La resurrección cristiana, tal como se entiende desde la fe, es resurrección de los muertos: no transmigración del alma ni reencarnación.
Comienza a vivir y a resucitar el que cree, se bautiza, participa en la eucaristía y se entrega a su prójimo porque tiene a Dios consigo, es miembro de Cristo y de su pueblo. La fuerza de la resurrección se refleja en la vida humana. Para atisbar al Resucitado y la resurrección es necesario mirar hacia delante y hacia arriba, no detenerse en la contemplación del “suelo”, donde está la tumba. No se busca entre los muertos al que vive.
Con la resurrección culmina la Pascua y se hace plena la fe. No es retorno a un principio, sino logro pleno final: la comunión con Dios. Así como Cristo es una ausencia cuando adoramos los ídolos, es una presencia cuando en el prójimo desvalido descubrimos al Señor Jesús y cuando nos reunimos en su nombre. Cristo crucificado es el Resucitado.
En resumen creemos en la resurrección del Señor Jesús y en la resurrección de los muertos cuando creemos que la última palabra no la tiene ni la injusticia ni la muerte; cuando creemos que ha comenzado el triunfo de la justicia y de la vida en Jesucristo; cuando creemos y nos comprometemos por el Reino de Dios, predicado por Jesús y realizado ya en el Resucitado.
Los testigos del Resucitado son testigos de la luz, revestidos de blanco, que no hablan de sí mismo, sino de Cristo, para decirse unos a otros: “ha resucitado el Señor Jesús”, “verdaderamente ha resucitado”.
En este domingo celebramos el día de la Madre de Familia; que el Señor Jesús Resucitado les llene de bendiciones para que ellas sigan bendiciendo a sus hijos/as al transmitirle vivencialmente los valores del Reino de Dios: alegría, gozo, paz.
+José Manuel