Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos, La Miserable y la Misericordia
Así intitula San Agustín de Hipona su enjundioso comentario sobre el texto evangélico de San Juan 8,1-1: la mujer adúltera.
Es uno de los textos más fascinantes del Evangelio, que hace ver cómo el Señor Jesús da el Espíritu que hace nueva todas las cosas; Él mismo, de su costado herido, será fuente que brota y lava todo pecado y toda impureza (cfr Zac. 13,1). En el desierto creado por el pecado irrumpe la novedad: fluye un río de misericordia que purifica y sana su alrededor y hace nueva a toda criatura.
La narración caracteriza simple y elocuentemente la actitud del Señor Jesús hacia los pecadores. El es amigo de publicanos y pecadores (cfr.Lc. 7,34), acusado de blasfemia por perdonar los pecados (cfr. Lc. 5,21), acoge a una pecadora y muestra al fariseo Simón que lo importante no es ser justo, sino amar más, y amará más aquel a quien más se le ha perdonado.
Puesto que somos pecadores, nuestro pecado no hay que ocultarlo, sino descubrirlo como lugar de perdón y de conocimiento más profundo tanto de sí mismo como de Dios Padre.
Jesús está cada vez más solo. Se siente la conjura contra este hombre que presenta una novedad en la relación, el Altísimo; que relativiza el cumplimiento de normas y leyes e insiste en que acercarse al prójimo tiene un valor a los ojos de Dios Padre. Está solo sobre todo porque ha decidido llevar a cabo su misión hasta sus últimas consecuencias llegando a donde nadie ha llegado y nadie le puede ayudar fuera de Dios Padre. Es admirable que, precisamente, en esta hora de mayor soledad, El manifieste la grandeza de su amor a los hermanos, su capacidad de cargar con todo el peso de los pecados de los hombres y mujeres para expiarlo.
La escena es impresionante: escribas y fariseos someten al Maestro de Nazareth a una especie de proceso poniéndole delante de la mujer adúltera. Los acusadores le niegan la posibilidad de un cambio, le rechazan el porvenir. Bajo las piedras, que sostienen en las manos impacientes, no intentan sepultar el pasado sino a la persona misma.
Cristo, con su perdón, liquida definitivamente el pasado y entrega a la pecadora un futuro intacto. El castigo querido por los jueces inexorables, es estéril. El perdón de Cristo es creativo. Aquellos no hacen sino echar en cara a la mujer su culpa vergonzosa. Cristo no condenándola, la inventa distinta.
Es interesante acotar que el santo de Hipona considera que este trozo evangélico bien pudo haber sido eliminado del Evangelio de San Juan porque algunos fieles de poca fe, o mejor, enemigos de la fe, abrigaban el temor de que la aceptación de la pecadora por parte del Señor Jesús diera patente de impunidad a sus mujeres.
Otros juzgan el texto como una “perla perdida en la tradición antigua” recuperada en el siglo III y colocada en estos versículos joánicos como fundamento de una praxis penitencial menos rigurosa y más evangélica: frente al pecador estamos llamados a comportarnos como el Señor Jesús con esta mujer.
La comunidad eclesial se identifica con esta mujer, desde siempre adúltera por no amar a su Esposo, se siente renovada día tras día por su perdón. Porque en cada uno de nosotros está el escriba y el fariseo que nos acusan, la conciencia del mal que nos quieren lapidar. Solo el encuentro con El, que queda a solas con nosotros, nos justifica y nos llena de gratitud por su amor.
07/04/19
+José Manuel.