Celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. La tierra envía al cielo una joya, la rosa que exhala el perfume más exquisito.
El Misterio Pascual del Señor Jesús ha abierto para los seres humanos el “camino directo” al cielo; en y por Cristo todo ha sido renovado, somos criaturas nuevas y nos hemos revestido de Cristo.
Es una promesa que alcanzará toda su plenitud en la eternidad. No sabemos “cuándo” pero algo sabemos del “cómo” y del “porqué”.
La solemnidad de hoy nos permite atisbar la plenitud de la gracia divina; columbramos que el Amor Misericordioso de Dios Padre va mas allá de nuestro horizonte.
Hay muchas personas que viven en la presencia divina cuando se esfuerzan por ser honestas, por ser trabajadoras; personas para la cuales la felicidad, el bienestar del otro constituye una gloria. Saben distinguir, oler los buenos perfumes en medio de la inmundicia que a veces les rodea.
Para entender este misterio mariano no se requiere mucha inteligencia pero sí mucho corazón “porque hay razones del corazón que la razón no entiende” (Antoine de Saint-Exupery).
El Señor Jesús nos recuerda que las cosas de Dios Padre son percibidas con profundidad por los “sencillos de corazón”, por aquellos que ponen toda su confianza en el Amor Infinito del Padre; María de Nazareth encarna perfectamente este modelo de los que confían en el Señor; de los que saben comprender porque están en sintonía con el corazón del que sufre.
La aspiración de todos los hombres y mujeres es vivir en un medio en el que la dicha de todos consista en saber disfrutar la felicidad del otro; todos deseamos que el dolor, el sufrimiento, la corrupción, el hambre, la desnudez, no tengan la última palabra en la dinámica de la vida de nuestras sociedades.
Pues bien, la Asunción de María al Cielo es una pequeña rendija que nos confirma que no estamos errados, que nos confirma en nuestra sed de eternidad porque tiene una fuente en la que podemos saciarla.
Hay fuerzas oscuras que nos quieren hacer ver que la historia humana esta signada por el camino hacia el fracaso, que no se puede extirpar de la historia “homo hominis lupus” (el hombre será siempre lobo del hombre).
La Asunción nos confirma que el bien, la belleza, la amistad, la solidaridad, el amor puro y fresco tienen su hontanar en lo más profundo del corazón de todo hombre y de toda mujer; que una mujer sencilla como nuestras abuelas o nuestras madres supo hacer de su vida un “reguero de estrellas de servicio” y pasó por el mundo regando flores por todo el camino de la humanidad. Y lo sigue haciendo cuando encuentra que tu corazón responde al llamado para transformar las espadas en arados y las lanzas en podaderas (cfr. Isaí as 2,4).
Que la belleza y el perfume de María Asunta al cielo perfumen tu vida, iluminen tu caminar.
15/08/21+ José Manuel, Obispo