Escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Este vigésimo domingo del tiempo ordinario trae unas lecturas que van directas, no andan con rodeos: es preciso dejar la insensatez; dejarse emborrachar por el Espíritu en vez de por el vino; es preciso evitar actuar como “aturdidos”, como personas sin inteligencia e intentar caer en la cuenta de lo que Dios Padre quiere de nosotros.
Hoy se nos presenta la propuesta “eucarística” del Señor Jesús: un alimento que nos sostiene en nuestro peregrinar. La Vida Eterna no es un premio que nos espera en el más allá sino una realidad ya poseída en el tiempo presente, en el interior de nuestro cuerpo mortal y que, consiguientemente nos hace “cantar y tocar para el Señor Jesús” (cfr. Efesios 5,19).
La sabiduría está en la inserción en el diálogo vital con el Maestro; es saber descubrir que su Palabra y su Alimento nos capacitan para descubrir la verdadera vida: la vida que viene de la Santísima Trinidad y que permite encontrar las razones del vivir.
La Eucaristía permite al Discípulo Misionero, a la Discípula Misionera alimentarse de un pan y, contemporáneamente, del recuerdo de una historia de amor que continúa (“memorial”).
La sabiduría solemos relacionarla con bibliotecas, estudios, cátedras. En la Biblia suele aparecer como una forma de vivir, de ser, y de hacer, que tiene sus raíces en la Palabra de Dios. La sabiduría es don del Altísimo y no conquista orgullosa del ser humano, no tiene cátedra sino que se ofrece como alimento.
Es opuesta a la Necedad por cuanto esta tiene clientes. La sabiduría tiene invitados. Hoy son innumerables los puestos que ofrecen productos aparentemente destinados a asegurar una existencia feliz, pero que en realidad constituyen verdaderas amenazas de muerte (cfr. Proverbios 9,18). La historia está plagada de “infiernos” creados por ideologías que alimentan odios, rencores, luchas de clases, cúpulas dirigenciales que tienen el “elixir” de la vida y que terminan explotando a sus “redimidos”.
La sabiduría es inteligencia y corazón, es armonía, equilibrio, relación con la vida. La ciencia desenganchada de la sabiduría – que es además la relación armoniosa y amorosa con el todo- se condena a ser inconsciencia. La sabiduría alimenta la vida para que el que vive sepa pasar por el mundo “haciendo el bien”.
El quehacer del sabio es el de hacer sacar una chispa de luz de las tinieblas amenazadoras, obstinarse en poner sobre la mesa de los hombres y mujeres, repletas de muchos alimentos envenenados – producidos por la ciencia- los frutos del banquete eucarístico: amistad, fraternidad, paz, justicia, reconciliación.
El Pan Vivo bajado del cielo no nos saca de la realidad. El Pan y el Vino de la misa son “producto de la tierra y del trabajo del hombre”. Dios Padre necesita de ese producto, de un presbítero, “hombre escogido de entre los hombres” para que sea el servidor que “hace” –con la ayuda de la Gracia, en el seno de la comunidad eclesial – ese Pan Divino para la comunidad.
Toda Misa es una Acción de Gracias que nos convierte en portadores de luz en medio de la tinieblas.
El Discípulo Misionero, la Discípula Misionera, nutridos con ese Pan, salen a la oscuridad de la noche llevando en la mano su pequeña lámpara encendida: la Acción de Gracias.
Y cantando la increíble historia de Amor que continúa.
22/08/21
+José Manuel, Obispo