Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El párrafo del libro del Apocalipsis (1,9-19) en este segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, presenta la figura del Hijo del Hombre. El último libro de la Biblia intenta darnos la idea de Cristo Resucitado, presente y operante de manera eficaz en la Iglesia.
Es el Cristo Victorioso que triunfa sobre el mal en el mundo, es el Cordero inmolado que irradia sobre la humanidad la cercanía tierna y amorosa de Dios Padre.
Se aparece al discípulo envuelto en majestad y gloria, en un contexto que calca el culto imperial. Le rodean siete lámparas, la cuales representan las siete iglesias.
Este detalle marca toda la visión del libro: Cristo es inseparable de la Iglesia, de la que es cabeza, una iglesia encarnada en el mundo.
Cristo se presenta como el Viviente, como fuente de vida. Se define como el principio y fin de todo (el alfa y la omega). Él es anterior a todas las cosas creadas. Es la palabra definitiva de toda la realidad existente.
Cuando se escribe el libro del Apocalipsis, estaba arreciando la persecución contra los discípulos del Cordero. Sus palabras vienen a ratificar la certeza que el Resucitado camina con la Iglesia también en medio de las tinieblas y de las tempestades más furibundas.
La iglesia antes de ser el lugar del culto, de la doctrina de la moral, de la tradición, de la religión misma, es esencialmente el lugar de la fe en Cristo Resucitado.
La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta un cuadro idealizado de la primera comunidad cristiana. Los siguientes rasgos sirven para identificarla: actividad taumatúrgica de los apóstoles y de Pedro en particular, unión fraterna en la fe y en la vida, aceptación por parte del pueblo lo que está en contrapunto del parecer de las autoridades oficiales, eficacia misionera.
Esto nos permite afirmar que la iglesia es el lugar de la liberación. La iglesia como puerto de consuelo, de misericordia para todos los hombres y mujeres víctimas del sufrimiento, de la injusticia, del mal en sus diversas formas. La Iglesia es presentada como lugar de acogida de los últimos, de los excluidos, de los desesperados, de los descalificados, de los dispersos, de los no-amados.
La página del evangelio de Juan 20,19-31 nos ofrece la oportunidad de poder mirar a la comunidad eclesial como lugar del crecimiento en la fe. Es interesante acentuar que los discípulos son presentados como nosotros: incrédulos, lentos, tardíos de corazón (cfr. Mc 16,14; Mt.28,17; Lc. 24,1ss).
La Iglesia tiene las puertas abiertas de par en par los que buscan. Se preguntan, luchan, se debaten en la incertidumbre, persiguen entre tropiezos y caminando fatigosamente, un rayo de luz.
Toda esta realidad es una faceta de lo que pudiéramos englobar en lo que llamamos la misericordia.
24/04/22
+José Manuel, Obispo