Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Celebramos la Solemnidad del Corpus Christi (Cuerpo y Sangre de Cristo)
El Señor Jesús pasó por el mundo haciendo el bien, predicando el amor a Dios Padre y a los hermanos (léase Mateo 25), sirviendo a los demás, pendiente de las necesidades de las personas, acogiendo a los pecadores, proclamando el año de gracia del Altísimo. La suya era una “pro-existencia”.
Esta es nuestra realidad como seres humanos: estar abiertos a acoger a nuestros semejantes. Nadie puede vivir como una “monada perfecta”: ser una isla. Cada día nos revela la necesidad imperiosa que experimentamos de la convivencia, de comunicarnos con los otros.
La tecnología busca que estemos más cerca, que podamos vernos. Es casi imposible que nos invisibilicemos. Mas aún, esta realidad de la presencia alimenta nuestro caminar de cada día. Como seres humanos necesitamos el pan de cada día, no solo el pan material sino también el pan de la amistad, el pan de una caricia, el pan de una mirada bondadosa.
Es triste ver cómo a pesar de tantos excelentes avances en el área de la comunicación, se experimenta una soledad. Porque está faltando el corazón en nuestra realidad de cada día debido a que se comparten mensajes sin involucrarnos. La vida se ha reducido a tener cosas y no a “estar-con”, a tener muchos seguidores y pocos amigos. El otro es el gran desconocido.
En el evangelio que se lee este domingo Lucas 9, 11-17 contemplamos cómo el Señor Jesús quiere involucrar a los discípulos; estos pretendían que el Maestro despidiese a la gente. Es un proyecto reductivo –como el nuestro- dictado por el sentido común y por la renuncia. Implica el alejamiento, el abandono, de los otros.
Se pretende resolver los problemas difíciles, las realidades económicas alejándolas de nuestro horizonte. Se quiere vivir en paz, eliminando comensales y no agregando puestos a la mesa.
El proyecto del Maestro de Nazareth es audaz hasta la locura, revolucionario, de compromiso y correspondabilidad: “díganles que se sienten juntos”; “tomando los cinco panes y los dos peces, los partió y se los dio a los discípulos para que los sirvieran a las gentes”.
La misa, la celebración eucarística es una acción que nos recuerda que solo el amor puede hacer trascender lo que eres y lo que haces compartiendo los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: no se puede recibir el “cuerpo de Cristo” y despedir a los “intrusos”; no es posible “comulgar” con Dios y tomar distancias de nuestros semejantes.
No es suficiente la idea, la enseñanza. Los seres humanos necesitamos ver, tocar, saborear. Necesitamos, precisamos de gestos, de imágenes, de verdades traducidas en realidades visibles. Los cristianos católicos celebramos en la Eucaristía que el amor se nos hizo manjar, se nos hizo camino.
En el ADN de la vida de los discípulos misioneros y de las discípulas misioneras del Señor Jesús está la dimensión comunitaria, el verbo “salvarse” solo puede conjugarse correctamente, según las difíciles reglas de la gramática eucarística, cuando va acompañado del adjetivo “juntos”.
19/ 06/22
+José Manuel, Obispo