Carlos Raúl Hernández.- Se cumplen cuarenta años de la primera edición Del buen salvaje al buen revolucionario de Carlos Rangel, una fuerza subversiva de la historiografía y el más importante libro para comprender las raíces de Latinoamérica que se haya escrito hasta ahora. No existe otra obra tan completa, densa, vigente, abarcante y bien escrita. Acaso The Gotic Fox de Claudio Veliz se le compara en erudición, pero no en trascendencia política, entre otras porque la escribió en inglés. También anda por ahí la muy informada -y trotskista- Historia de la nación latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos, pero el emblema del comunismo tropical es Las venas abiertas de América latina de Eduardo Galeano, especie de spiroqueta en la sangre de este errático continente, un clavo más del féretro. Imposible saber cuánto daño produjo esa lectura asidua de políticos, militares, estudiantes.Imagen fuente: clic aquíGaleano hizo creer (no en Uruguay) que la solución de nuestros problemas estaba en la escalofriante tiranía de Castro y en odiar las democracias. Semilla sembrada para la actual cosecha de errores y esperpentos ideológicos. Al lado Del buen salvaje los demás intentos de explicar globalmente nuestra historia lucen torcidos o insuficientes. Rangel es el más importante pensador teórico latinoamericano y es el único que entiende la esencialidad de la democracia representativa, la única que existe y la necesidad de una economía productiva basada en inversiones nacionales y extranjeras. Eso que posiblemente luce simple así dicho, -no tanto llevarlo a la práctica- a Carlos Rangel le costó insultos, persecuciones e intentos de linchamiento. Igual combatió las espeluznantes dictaduras de Castro y Pinochet, como la entronización totalitaria del sandinismo.
Rangel vivió la censura cultural
En aquél tiempo quien decía esas cosas lo censuraban los periódicos y el aparato cultural progre, que ya ejercía su represión con décadas de precocidad. Bloqueado por los de izquierda, Rangel se hace una figura en otros medios. Con elegancia, profundidad, erudición y sin apasionamientos, arroja en la licuadora uno por uno los mitos de esa Latinoamérica que intenta justificar su fracaso imputando a otros.
Luego se los da de beber a marxistas, dependentistas, nacionalistas, derechistas e izquierdistas que sostienen sin rubor que la «culpa» es de EEUU y los demás países desarrollados. Es el complejo frente a los vecinos del Norte a cuenta de que somos «países jóvenes» e indefensos, cuando Cumaná se fundó en 1515, mientras Nueva York en 1624, 109 años después, Boston en 1630 y Chicago en 1779.
Una vez independiente, EEUU avanza por el norte del continente para incorporar nuevos territorios, mientras en Hispanoamérica los generales se dedicaron a robar haciendas y ganado, y declararse 50 años de guerras civiles. Mientras aquél se unió e hizo poderoso de costa a costa, la otra demostró su incompetencia, se fragmentó, ensangrentó y empobreció, papelillo mojado. Gracias a Washington, Madison, Hamilton, grandes pensadores políticos de todos los tiempos, la Independencia norteamericana fue un milagro de conciliación constitucional y paz entre estados, ciudadanos y Estado Federal, un prodigio de derechos democráticos jamás conocido. Por desgracia, especialmente Bolívar y casi todos los ideólogos de la independencia local eran autocráticos, centralistas y despreciaban a sus pueblos con racismo difícil de ocultar (que hace extraña esa fisonomía que le inventan al mantuano para que parezca otra cosa).
Entender los partidos
Basta comparar el sustrato autoritario y centralista de la Carta de Jamaica o elDiscurso de Angostura, con los debates de El federalista, periódico dedicado a echar las bases de una sociedad libre y democrática. Rangel fue un liberal con conocimiento profundo del pensamiento ecuménico, un teórico pero sin asco a la política. Sabía que la libertad dependía de que partidos reformistas imperfectos, socialdemócratas o socialcristianos (apristas los llamaba) mantuvieran a raya los revolucionarios.
Por eso valoró la enorme importancia de AD y Copei y le tenía una profunda desconfianza al MAS, la revelación del momento, porque pensaba que seguían siendo comunistas, concretamente neocomunistas con «astucias» que contribuirían, según él, a tercermundizar y subdesarrollar América Latina. Las décadas dictaminaron claramente sobre eso.
La herencia histórica del MAS, -sin contar el papel precedente del PCV- se resume en haber hecho posibles los calvarios de 1993 y 1998 con las consecuencias vistas y por ver. Del buen salvaje al buen revolucionario pasó la prueba del tiempo. Es un modelo conceptual a partir de 1976. Luego pasó silbando en medio del caos desde 1993, porque en sus páginas están los secretos para eludir desgracias. Su actualidad es alarmante, escandalosa, y Cedice conmemora este años el aniversario de una obra que ganó todas las apuestas al padre Tiempo. Que se lee como si estuviera recién escrita, mientras sus enemigos yacen en los cementerios de las ideas abominadas, donde hienas y perros callejeros profanan las tumbas para comerse los huesos de los difuntos y las consecuencias de sus errores. Es una gran alegría comentar el libro del maestro de artes marciales.
24 enero, 2016
Épica de un triunfador, opinión de @CarlosRaulHer
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