Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El señor Jesús envía a sus discípulos más cercanos, a los Doce, a su primera experiencia misionera. “Llamó a los 12” (Mc. 6,7). Llamar es un verbo que indica que se ha establecido un lazo de confianza; que aquel que llama sabe que encontrará una respuesta positiva.
Los Doce han visto cómo se mueve el maestro entre el pueblo, han podido percibir la tenaz oposición que le hacen las autoridades, han constatado que el Maestro tiene un espacio entre los habitantes de las comunidades visitadas, que muchos están esperando un mensaje que los anime a insertarse en la comunidad.
Para el envío es importante el ser, más que el hacer ¿Cómo es esto? Jesucristo no le dice cómo deben decir las cosas sino como deben presentarse. Han de saber insertarse en la comunidad viviendo como ellos, confiando en que encontrarán personas que les apoyarán en la misión; que no deben desanimarse porque no les reciban en una comunidad; a seguir adelante, sacudirse el polvo de los pies. Y pasar más allá.
Hay comunidades que están dispuestas a acogerles. Dado que se ha despertado un interés por la propuesta que ha hecho Jesús de Nazareth, no vale la pena entrar en polémica.
El mensajero es un itinerante, es un enviado. La misión debe ser itinerante, no sedentaria, es decir, deberá estimular a caminar de nuevo, a encontrarse de nuevo, al desapego de los resultados, a la libertad interior y exterior. De aquí la recomendación que todos los Sinópticos resaltan sobre la pobreza material en el vestir y en el comer, y sobre las seguridades y evidencias. Probablemente se trata de la brevedad de la experiencia: no debía durar mucho este primer ejercicio, y por lo tanto, deberían ir aligerados de todo, libres, insistir más sobre lo inmediato del anuncio, que sobre la consolidación de los resultados.
Sin embargo, cuando este texto fue escrito, la situación de la comunidad de los discípulos estaba mucho más desarrollada y consolidada. Por lo tanto, la memoria de estas recomendaciones, no servía solamente para recordar aquella primera experiencia alegre y aventurera. Servía también para confrontar el estilo original y la práctica de aquel momento, tan lejano ahora, del tiempo de Jesús. Es, por lo tanto, una llamada a un impulso misionero menos miedoso debido a las exigencias del confort.
Llamados a arriesgar, el enviado no depende de sus cualidades sino de la confianza en Aquel que lo envía. Nuestra predicación ha de ser un testimonio oral, pero también, y sobre todo, un testimonio de vida, que parte de un cambio de vida y debe conducir a una vida nueva.
La misión implica también la lucha contra todo tipo de mal, de demonios inmundos; vale decir, de todo lo que impide que el ser humano esté en el mundo con salud –física, moral, ambiental- y le permita interactuar con sus semejantes.
Cuando fallan los servicios básicos, cuando se genera una dependencia perversa para dominar y aplastar a los otros; cuando se destruyen las posibilidades de un crecimiento de la persona en todos los órdenes de la vida, allí existen “espíritus inmundos”.
La belleza de creer en Cristo debe reflejarse en la forma de vivir y de convivir.
11/07/21 +José Manuel, Obispo