Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Los santos son el resultado final, el fruto maduro de la salvación de Jesucristo. La obra del Espíritu Santo a lo largo de los siglos y generaciones en la comunidad de los discípulos misioneros y discípulas misioneras de Jesucristo, de la Iglesia es el amor del Padre hecho realidad en los hermanos y hermanas nuestros que han sido fieles a la fe y han mantenido viva la esperanza.
Demasiado a menudo concebimos la santidad como un asunto personal, individual, fruto del esfuerzo voluntarista y ascético, acompañado a veces de connotaciones dolorosas, tristes e incluso fantasiosas, como si se tratara de alcanzar records en una competencia deportiva.
Se le ha privado del carácter alegre, festivo, esperanzador que siempre ha de tener, ¡no lo olvidemos, se trata de una gracia de Dios Padre! La santidad es de Dios, “el único santo”, y Él es el único capaz de santificar.
La santidad de los discípulos se fragua, se comunica, en medio de la Iglesia. La que engendra a la fe, la que mantiene viva la llama de la esperanza, y hace presente y viva siempre, y en todas partes, la caridad. Y hablamos de la iglesia “santa”, no como una realidad teórica y genérica sino “santa” a causa de sus miembros santos: los que han sido, los que son y trabajan y luchan en este mundo.
¿Por qué celebrar a los santos? Es preciso celebrar que Dios ha querido comunicarnos su vida, su santidad, su luz, su esplendor. La manera de expresar que somos suyos, que aceptamos ser su pueblo viene expresado con el término “santidad”, que no indica que estamos por encima ni separados de los demás, ni que seamos unos superhéroes.
Nuestra sociedad presenta unos modelos en artistas, deportistas, empresarios exitosos, se exaltan los y las modelos que son prototipo de figura corporal ideal. Es una pérdida que, en muchas ocasiones, los medios de comunicación no presenten figuras señeras en el ámbito de la docencia, en el mundo sanitario, entre las amas de casa, entre los jóvenes. ¿Dónde están los modelos de virtud, de comportamiento moral, e incluso de una vida rica en valores humanos? A menudo los padres, los maestros, los pedagogos ya no son el punto de referencia de los mas jóvenes para sus vidas, para el aprendizaje de los valores profundos y perennes, estables, dignificadores de la persona y de la sociedad.
La Iglesia al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar que han practicado heroicamente las virtudes, que han vivido a profundidad la opción por Jesucristo y por los demás, reconoce que han dejado que el Espíritu Santo, “alma y motor” de la Iglesia vaya configurándolos con Cristo. En los santos y santas, la comunidad eclesial reconoce la obra maravillosa de la Santísima Trinidad: con sus “dos manos”, El Verbo y el Espíritu, Dios Padre recrea la belleza del rostro del ser humano. Y disfruta de lo magnífico de su obra creadora.
Si consideramos a los discípulos del Señor Jesús como “aprendices de cristianos”, nos percataremos de la necesidad de aprender de otros cristianos, maduros, que ya han hecho el camino, que viven ya la plenitud de la vida en Cristo, o que están trabajando con fe, esperanza y caridad en la construcción del Reino.
El Apóstol San Pablo expresa en varias oportunidades como su estilo de vida, su forma de actuar puede ser un modelo a seguir; “hermanos, sigan mi ejemplo y pongan la mirada en los que siguen el ejemplo que les he dado” (Filipenses 3,17; ); “les ruego que sigan mi ejemplo” (1era. Corintios 4,16); “vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros sobre la manera de comportarse para agradar a Dios” (1er. Tesalonicenses 4,1). Y como el Apóstol de los gentiles, a lo largo de los siglos, mujeres y hombres han escogido el sendero que vivió y enseñó.
En un breve espacio de tiempo nuestra Iglesia Católica ha puesto ante nuestros ojos dos figuras: al Beato italiano Carlos Acutis, joven “milleneal” (finales del siglo XX y principios del siglo XXI), que frecuentó el mundo de la tecnología, y al Venerable venezolano –futuro beato- Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, el Médico de los Pobres, (finales del siglo XIX y principios del siglo XX), científico, profesor universitario. Por caminos diversos llegaron hasta la meta: ser de Cristo en el servicio a los demás; desplegar en sus vidas toda la potencia renovadora del Espíritu Santo.
Recojamos el testigo: busquemos acompañar al Señor Jesús en su sed de redención, de salvación, de transformar el mundo desde nuestro pequeño corazón.
01/11/2020 +José Manuel, Obispo