Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
En este mes de septiembre, celebramos la memoria de la Virgen María bajo varias advocaciones: del Valle, Coromoto, las Mercedes. Por eso compartimos con nuestros lectores algunas reflexiones que motiven a profundizar nuestra devoción a la Madre de Dios.
El Señor Jesús nos convida al partir el pan. La plegaria de los discípulos de Emaús se hace realidad; podemos decir: hoy el Señor Jesús ha entrado y se ha quedado con nosotros (cfr. Lc. 24,15).
Hemos proclamado el Evangelio de la visitación (cfr. Lc 1,29-56): María que presurosa va a visitar a su prima Isabel. Qué bello detalle de la Santísima Virgen María: ir a visitar para servir. Esta actitud y gesto de la joven de Nazareth nos mueve a nosotros como iglesia de Jesucristo, como pueblo de Dios, a descubrir rasgos que hemos de cultivar en este siglo XXI. Esta visita de la Virgen del Valle es una llamada del Señor Jesús para que vivamos una espiritualidad que responda a los desafíos y retos que tenemos. La sociedad, el mundo está esperando por nosotros discípulos misioneros y discípulas misioneras del Maestro de Nazareth ¿Y qué espera de nosotros?
Que seamos:
A) Una iglesia que asume el maravilloso misterio de la Encarnación de su Señor y por obra de su Espíritu transmite un mensaje inculturado, comprensible y relevante para el ciudadano del tercer milenio. Por consiguiente, una Iglesia dispuesta a entrar en diálogo con la cultura, dispuesta a reconocer las semillas de belleza y bondad que existen, descubriendo las claves de la cultura para desde ellas anunciar un mensaje alegre y entusiasmante. Así se hace creíble cuando se hace necesario denunciar lo negativo porque su crítica no se confunde con una actitud reticente a lo nuevo.
B) Una iglesia fruto del Señor Jesús resucitado que con ardor misionero no se queda encerrada en los templos ni en los hogares, sino que sale a buscar al otro con profunda alegría, lo acoge en la familia de los hijos y de las hijas de Dios Padre y le hace un lugar porque siente la necesidad de compartir la Buena Noticia, con una actitud de diálogo frente al otro y dispuesta a aprender de lo valioso que hay en el otro.
C) Una iglesia que sigue recorriendo los caminos de Emaús para ayudar a descubrir el sentido de la vida con la sola fuerza de la Palabra y pone la mesa para que al partir el pan se reconozca el rostro del Señor Jesús y se llene de gozo misionero el corazón. Una iglesia que vive la mística del encuentro con el Señor Jesús Resucitado y se deja conducir por su Espíritu.
D) Una iglesia que se comprende como Pueblo de Dios, que se expresa en comunidades vivas, que valoriza los carismas y ministerios, que procura crear comunión entre todos (pastores y fieles) y poner en práctica de modo especial la participación real de los laicos en su vida y la misión.
E) Una iglesia del Buen Pastor que sabe dar la vida, acoger, acompañar, comprender, animar y entusiasmar, que se atreve a buscar las ovejas perdidas, cargarlas con ternura sobre sus hombros y encaminarlas de nuevo por las sendas de la vida; una Iglesia sin miedo frente al futuro porque se sabe conducida por Él.
F) Una iglesia del Buen samaritano, que proclama la centralidad de la persona de Jesús el Cristo con obras concretas, haciendo creíble su mensaje con el testimonio frente a los hombres y mujeres de buena voluntad que andan buscando el sentido de la vida. Una comunidad llena de misericordia que está permanentemente preocupada por los necesitados y los marginados de nuestra sociedad para animar a que entre todos construyamos más y más gestos de solidaridad.
G) Una iglesia con rostro materno reflejo del amor maternal de María que siempre conduce hacia Cristo, es decir, una Iglesia acogedora y misericordiosa para con todos, especialmente con aquellos hombres y mujeres que están lejos.
10/09/23 +José Manuel, Obispo