En la liturgia de nuestra iglesia católica celebramos el XXV domingo del tiempo ordinario. Y en la lectura del evangelio se nos muestra al Señor Jesús como ignorando la precisión de las matemáticas.
En una sana administración a quien tenga mayor antigüedad en el trabajo, le debe corresponder más beneficios; al momento de jubilarse. Sus prestaciones sociales deben reflejar los años en los que ha entregado buena parte de su vida a la empresa o institución.
Bueno, el Evangelio de este domingo hace saltar por los aires todas esas disposiciones legales. Y otras tantas estructuras que nos creamos los humanos.
Nos encontramos este domingo con una parábola sencilla, pero de una fuerza sobrecogedora. Nos llega una Buena Noticia, que nos sorprende, nos mueve el piso porque expresa formas de pensar y actuar que contradicen la normalidad. Y que generan escozor.
La parábola empieza como muchas otras: “El reino de los cielos se parece a un propietario…” Y es el modo de hacer de este personaje el que nos va descubriendo, con una fuerza arrolladora, el misterio más hondo de su ser, la profundidad y coherencia de su bondad y de su amor. Ante este misterio no podemos quedarnos indiferentes.
Nos acercamos a este señor de la viña que sale de su casa y va, personalmente, a buscar trabajadores para su viña. Va al amanecer, vuelve a media mañana y repite por la tarde. Parece que lo suyo es salir a buscar trabajadores, encontrar y acoger en su viña a los que están “todo el día sin hacer nada”. Realiza esta tarea personalmente; no hace uso de las redes para anunciar que busca obreros.
Es él personalmente, el que sale a buscar, a buscarnos. A preguntarnos “por qué estamos sin hacer nada”. Por qué nuestra vida, ya al atardecer, está tan vacía. Nos sorprende esta forma de actuar, porque no suelen actuar así los grandes propietarios. Y nos asombramos aún más de que a todos los contrate por un denario. Un denario era lo que una familia necesitaba para vivir un día y le quedaba algo para el día siguiente.
¿Cuándo nos ha llamado a su viña a cada uno de nosotros? ¿Al amanecer de nuestra vida, en nuestra primera juventud, más tarde o ya casi al final? Parece que lo del reloj no es lo suyo, que tampoco le importan demasiado los años… Él sale a buscarnos, nos admite en su viña y promete darnos “lo que necesitamos para vivir plenamente”. Nunca le parece que es tarde para nosotros.
El núcleo de la parábola rompe con los esquemas financieros de la sociedad: pide al administrador que pague a los jornaleros, comenzando por los que llegaron de últimos y que dé a todos lo que les ofreció a los de la primera hora. No sabe de matemáticas. Y menos de finanzas.
¿Qué reacción provoca esto en mí? ¿Cuántas veces hemos reaccionado como los “primeros”?: “Toda la vida trabajando, sacrificándonos y ahora todos somos iguales…”
Es la queja de los que se sienten, o nos sentimos, llamados al amanecer, desde siempre. La queja que expresa nuestra mentalidad estrecha y nuestros cálculos mezquinos… Porque no hemos entendido nada, no conocemos a nuestro Dios. Tratamos con Él como el asalariado con su empleador, a más trabajo, más sueldo. Y nos encontramos con Dios Padre que da el mismo salario a trabajo distinto; al que le importa que estemos en la viña, no cuando hayamos llegado. Dios que ha decidido, desde siempre, darnos a cada uno lo que necesitamos para vivir plenamente, sin que nos lo tengamos que “ganar”. Y nuestro malestar crece porque en el fondo, lo grave, es que no tenemos ninguna injusticia que denunciar: ¿No te contraté en un denario?
Y entonces nos damos cuenta de que lo que nos molesta es la bondad de Dios: ¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?
¿Preferimos en el fondo que Dios sea mezquino como nosotros, calculador, que solo da bienes a los que se los ganan?… En definitiva, Dios al que podamos exigir, “hice esto, me debes dar…”
Es un buen momento para revisar en qué Dios creemos. ¿En el que nos hemos imaginado o nos gustaría o en el que Jesús nos anuncia?. El Señor Jesús presenta a Dios Padre que ofrece la salvación a todos gratuitamente. El que trata a todos como a hijos muy queridos y les da lo que necesitan para vivir plenamente. Esa presentación de Dios Padre es tan peligrosa que a Jesús le costó la vida… no fue su moral social, sus exigencias legales o sus milagros lo que le llevó a la muerte. A Jesús lo condenan porque habla de Dios, como el papá cariñoso que hace salir el sol sobre malos y buenos y da la lluvia a justos e injustos… ¡Difícil mensaje! Tanta bondad nos sobrepasa…
Sin embargo, esta bondad y forma de actuar de nuestro Dios nos expresa cuál es la dinámica del Reino. La cuestión es, ¿estamos dispuestos a acogerla, a entrar en ella? ¿No es liberador y reconfortante que Dios esté dispuesto a darnos siempre lo que necesitamos? ¿No es una buena noticia que nos trate así a todos?
La persona que se siente así tratada, supera la dinámica del “sueldo debido” y entra en la de la gratuidad. ¿Cómo se sentirían los viñadores que llegaron al final y vieron que su familia podría salir adelante un día más? Sin duda, agradecidos. Y de este agradecimiento nace el compromiso, el compromiso con el Señor de la viña, el compromiso por el Reino. La mentalidad “mercantilista” no hace personas comprometidas, implicadas… solo mercenarias.
Este Evangelio nos invita también a plantearnos sinceramente: ¿Es que no somos todos obreros de la última hora? ¿No hay algún aspecto de nuestra vida en el que aún estamos “sin hacer nada”? ¿Cuántas veces no le hemos pedido a Dios que nos de lo que necesitamos, conscientes de que no nos lo hemos ganado? ¿Por qué entonces nos molesta cuando vemos que nuestro Dios trata así a los demás?
Que bueno que podamos alegrarnos con lo dado a los otros; que rompamos la costra dura del corazón, fruto del egoísmo y que disfrutemos con la generosidad de Dios Padre.
20/09/2020 +José Manuel, Obispo