Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
La Cuaresma es un ‘misterio’: el camino de Jesús, que nos conduce a participar en su Pascua; por lo que no se reduce a un camino individual; tiene como sujeto todo un pueblo que se pone en seguimiento de Jesús y revive su experiencia.
La Cuaresma es vivida “juntos”, en solidaridad profunda con Cristo y con los demás: juntos escuchamos, juntos nos reconocemos pecadores, juntos y mutuamente nos reconciliamos. La Cuaresma es, por lo tanto, dejarnos llevar por el Espíritu con Jesús al desierto, vivir con El de la Palabras, con El vencer las tentaciones antiguas de Adán y del pueblo en el desierto, caminar con El en el camino de obediencia al Padre, hacer pascua.
Los autores recurren a las categorías tradicionales del desierto, del ayuno, de la oración, de la limosna o de las otras iniciativas de caridad. ¿Cómo reexpresarlas para el hombre de hoy, sin traicionar su significado profundo?
Cuaresma, tiempo para hacer el vacío y descubrir lo que es esencial, aprender a escuchar (el desierto).
El desierto es el lugar en que se está “desterrado” fuera de la ciudad, es el lugar del vacío de las cosas, del silencio que sólo rompe el murmullo del viento, del vivir de lo esencial. En el desierto se privilegia la dimensión de la escucha por encima de la del hablar.
Hoy vivimos inmersos en un continuo bombardeo de mensajes: de la publicidad, de los noticieros…; estamos como sepultados en informaciones. Consecuentemente, corremos el riesgo de estar saciados, de ser aquellos que son “remolcados”, de la gente que se cree libre y en cambio es arrastrada por la corriente de lo que se dice o se escenifica.
Nuestras respuestas son superficiales, no vienen de lo profundo y no llevan el sello de nuestra verdadera personalidad. Hay necesidad de “liberar el estómago” -el corazón y la mente- de este fardo, de hacer el vacío, de llegar a ser capaces de seleccionar los mensajes, de escuchar verdaderamente, de meditar y poder vivir una vida dignamente humana.
Vivir el desierto de la Cuaresma quiere decir: hacer hoy un vacío y preguntarse ¿de qué estoy lleno?, ¿qué cosa tiene peso en mi mente, en mi corazón?
Hacer hoy silencios: no es lo mismo que hacer el vacío, sino crear el clima de espera, tener la capacidad de presentir una presencia que antes, en el ruido, no era advertida, abrirse a la escucha, hacerse atentos para captar la verdad de las cosas, de las relaciones; descubrir lo que verdaderamente vale y apostar todo a ello.
Tiempo para decir basta a lo que no vale (el ayuno).
Tenemos tantas cosas y una infinidad de posibilidades; acabamos por centrarnos en todas hasta estimarlas a todas como igualmente necesarias; los deseos se acumulan cuando hay una latente insatisfacción. Ya no somos capaces de prescindir de nuestro celular, del noticiero de la televisión, de los zapatos y ropa de marca; del fin de semana en al discoteca. Jesús nos enseña que incluso la comida misma no es necesaria: hay algo que vale más y por lo que se deja todo esto.
La Cuaresma es el tiempo para descubrir lo que más vale y, consecuentemente, “ayunar”, es decir, dejar de lado lo que no tiene valor o vale poco, o lo que es nocivo (el pecado). Entre las cosas que valen más está el escuchar. Escucharnos dentro de la pareja, en la familia: en este caso “ayunar” quiere decir, dejar de lado lo que nos impida o obstaculice la escucha.
No tenemos nunca tiempo para leer la Biblia; no escuchamos lo que Dios Padre nos quiere decir. Ayunar querrá decir regular nuestro tiempo (renunciando a una película, a un partido de fútbol) para ponernos a la escucha del Señor Jesús que nos salva.
05/03/2023
+José Manuel