Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
A Dios Padre le llenamos de preguntas; consideramos que existe porque es el llamado a responder a todas nuestras inquietudes: ¿por qué el mal?; ¿por qué el sufrimiento?, ¿por qué no exterminas a los malos?
Estas y otras cuestiones consideramos que el Absoluto, el Todopoderoso está llamado a responderlas.
En el evangelio de este Domingo tomado de San Mateo, 16, 13-20, el Señor Jesús sondea a sus discípulos sobre la opinión que tiene el pueblo sobre su persona; después de escuchar algunas respuestas, les pregunta directamente: y para ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Después de 2.000 años de cristianismo la pregunta sigue siendo válida. De la persona de Jesucristo se han hecho diversísimas interpretaciones; se han escrito millares de libros. Su mensaje ha sido difundido por muchos medios y, sobre todo, por muchas personas, hombres y mujeres, amas de casas, médicos, jóvenes y adultos, ricos y pobres. Sin duda que ha suscitado una forma de vivir, pensar y hacer que ha tenido incidencias en la convivencia ciudadana. Ha generado una cultura cristiana.
La pátina del tiempo hizo que esta cultura se fuese desdibujando y la persona de Cristo y su mensaje fueron considerados solo desde la historia; la fe como discipulado, el encuentro personal con el Salvador perdieron su vigencia; ya no se consideró necesario responder personalmente a la pregunta ¿quién es Cristo para mi?; “nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado” (Documento de Aparecida -2007- ,39).
Precisamente esta realidad ha hecho que “la mayoría de las veces la acción pastoral ha dado por supuesta la fe en Jesucristo y ha prescindido del anuncio evangélico. Ella se ha reducido a una instrucción presacramental y a unas celebraciones no siempre vividas y comprendidas por los participantes, sin tomar en cuenta el grado real de la fe de los mismos; se ha dirigido a bautizados sin tener en cuenta su compromiso como creyentes y se ha descuidado la evangelización como tarea permanente” (Concilio Plenario de Venezuela, Proclamación Profética del Evangelio en Venezuela, 25).
Las circunstancias de la cultura adveniente (avance científico – técnico e informático, la globalización, urbanización, secularismo) son un reto para la comunidad eclesial. En el Evangelio, el Maestro de Nazareth proclama bienaventurado a Pedro y a los discípulos, hoy ¿sentimos en realidad que somos dichosos porque creemos?, ¿Qué es la fe, como la vivimos y expresamos?
La imagen de Discípulo Misionero, Discípula Misionera del Señor Jesús propuesta por el Documento de Aparecida es una invitación a estar con el Maestro, a escucharle. Encontrarnos con El, tener la experiencia de su cercanía, dejar que nos hable al corazón. Asumir la tarea de los discípulos de Emaús, quienes en medio de la noche, se volvieron a Jerusalén, regresaron a la comunidad porque el encuentro con el Peregrino les hizo arder el corazón (léase san Lucas 24, 13ss). Y la comunidad eclesial es el espacio idóneo para avivar el fuego y salir a repartirlo.
Y cuando el fuego de la fe arde, se siente la necesidad de compartirlo. Es preciso escucharlo para responder a la pregunta de Jesucristo: para ti ¿quién soy yo?, vale decir ¿qué lugar ocupo en tu vida?, ¿cuánto entro en tus intereses o ideales?, ¿cuánto tiempo me dedicas?
27/08/23
+José Manuel, Obispo