Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
Hay personas que aman las muchedumbres. Miden su popularidad por la gente que logran reunir en una plaza, o en un estadio o en una sala de conciertos. Les preocupan las estadísticas. Probablemente cada uno mira por sí mismo, no le interesa lo que sucede a su alrededor.
En el texto del libro del Éxodo 19, 2-6 aparece una muchedumbre que ha salido de la esclavitud de Egipto; YHWH les hace ver lo que ha realizado por ellos. Y les hace una propuesta audaz: “ahora, si de veras escuchan mi voz y guardan mi alianza, ustedes serán mi propiedad personal entre todos los pueblos”.
Notamos que Dios pone delante de un grupo, de una masa amorfa la capacidad de decidir de pasar de muchedumbre a convertirse en comunidad de Dios. Esta decisión les llevará a ser una comunidad no replegada sobre sí misma, celosa de sus privilegios. Deberán conservar la memoria de la acción divina, de lo que hace Dios por sus criaturas.
Una masa heterogénea recibe la vocación de convertirse en Pueblo de Dios.
No es la creación de una estructura jurídica, prefabricada, estructurada en castas. No, se trata de ser pueblo, vale decir, organismo vivo, sujeto responsable de una historia, protagonista, interlocutor de Dios.
También en el evangelio de San Mateo, el Señor Jesús se encuentra ante la multitud. Y se compadece de ella, “estaban extenuadas, como ovejas sin pastor” (Mateo 9,36).
La piedad, mejor, la ternura de Jesucristo, nace de que la multitud es solo multitud. Y no admite que se quede en multitud, algo amorfo, impersonal. Números más que rostros. Cantidad más que personas. Manipulable, instrumento. Susceptible de engaño más que sujeto consciente y responsable. Hombres y mujeres cansados y agobiados, viven en un estado de dispersión y abandono.
Frente a esta realidad, el Maestro propone a sus discípulos la visión de la mies, “la mies es mucha y los obreros pocos, rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mateo 9,37). Es una imagen de esperanza. Quiere involucrarles en su proyecto, en su visión compasiva, no lastimera.
El Maestro exhorta a sus discípulos a orar, a sintonizar con el plan de Dios Padre, con su ternura.
Se ocuparán de esas multitudes transformándolas en nuevo Pueblo de Dios, que tiene como meta, el Reino; como estado, la libertad de los hijos e hijas del Padre; como ley, el precepto del amor.
Celebramos en Venezuela el Día del Padre de Familia. Bienaventurados los padres que generan en sus hijos e hijas conciencia de familia, de caminar juntos compartiendo lo que son y lo que tienen, que consideren a los demás como compañeros de camino.
En cierto sentido, todos somos padres porque con nuestro trato hacia los demás o dejamos huellas o también podemos dejar heridas. Escojamos.
18/06/23 +José Manuel, Obispo