La Palabra es la realidad que rompe el aislamiento del ser humano. Le hace existir para sí y para los demás. Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
La palabra permite que el ser humano exprese sus sentimientos y afectos, manifieste su mundo interior. Con la palabra lo que está en el pensamiento se hace visible y así puede establecerse un diálogo, un encuentro, un camino.
La Biblia constituye un ponerse Dios delante de su criatura. Dios habla en la creación, habla en la belleza y el orden del cosmos, habla en el asombro del ser humano, criatura frágil, al “contemplar el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado ¿qué es el hombre para darle poder? (cfr. Sal 8, 4-5) porque se descubre interlocutor del Dios Altísimo y carente de una palabra adecuada a la que le dirige su Creador.
He aquí entonces el momento en que despierta y descubre que su asombro es compartido por otros semejantes a él, para quienes constituye una “revelación” y así los otros para él. Pudiéramos afirmar que descubre en el rostro del otro, el rostro del OTRO.
Considero que el fundamento de la vida en la sociedad debería buscarse en este “éxodo” que cada uno de nosotros experimenta al encontrarse a un semejante. Un estudiante de bachillerato pregunta: “profesora, ¿Cuándo comienza la civilización? Responde la docente: unos arqueólogos realizaron un descubrimiento en unas antiguas ruinas, había osamenta humana; uno de los esqueletos tiene una pierna rota y muestra signos de juntura. Se ve que un humano sufrió una fractura, lo cuidaron y pudo soldarse la fractura”. La profesora concluyó “Aquí inicia la civilización: cuando cuidamos los unos de los otros”.
Percatarnos de todo el camino que realizamos junto con otros para llegar a donde estamos; pensar que somos deudores con tantas personas que nos han hecho el bien: maestros, médicos, choferes de autobús, personal de servicio de colegios, universidades, etc.
La respuesta a la palabra que nos dirige el Creador está precisamente en el cuidado de la palabra que nosotros “le hacemos” a nuestros semejantes. Porque toda nuestra actuación, nuestro desempeño en cualquier ámbito de la vida tiene repercusión sobre la vida de los demás. Es nuestra palabra de respuesta al Creador.
En la escena bíblica de Caín y Abel, Dios le pregunta a Caín por su hermano Abel; qué lamentable y dolorosa respuesta: ¿Es que acaso soy yo el guardián de mi hermano? (cfr. Gen. 4,9). ¡¡Ay de nosotros si llegásemos a responder como Caín!!
Hablar de Dios pudiera resultar relativamente fácil. Sería un discurso sin consecuencias. Conversar con Dios, si es algo un poco más complicado.
30/01/22
+José Manuel, Obispo