Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Fiesta de la Virgen del Valle
Miqueas 5.1-4; sal 12, Mateo 1,1-16.16-23
El discípulo misionero, la discípula misionera del Señor Jesús es alguien que se maravilla de todo lo que el Maestro le está enseñando, de todo lo que le provee, de todo lo que está haciendo para que no pierda su capacidad de asombro.
La liturgia de la Palabra del día de hoy nos presenta una aldea “pequeña entre las aldeas de Judá”, allí nacerá un jefe, cuya presencia llenará la tierra de grandeza y él mismo será la paz; además el salmo 12 canta la lealtad de Dios; el texto evangélico de Mateo nos presenta una genealogía, en la cual aparecen nombres tan extraños para nosotros.
Esta agradable tarde del 08 de Septiembre nos congregó una tradición que ha estado recorriendo estas calles, desde cuando nuestra ciudad era una incipiente aldea; una tradición que fue sembrada en el corazón de los primeros pobladores por sus antepasados y que ellos consideraron que valía la pena seguir extendiéndola porque de alguna manera daba razón a su existencia, a sus gozos y esperanzas, tristezas y sufrimientos.
Sueños y alegrías; sonrisas y lágrimas, se recogían en la pequeña capilla de bahareque que cobijó, en un primer momento, la sagrada imagen de Virgen del Valle.
Es así que nuestra celebración hunde sus raíces en la historia de nuestra ciudad, hunde sus raíces en el seno de cada familia. Le da sentido a los que somos, hacemos, amamos, compartimos, sufrimos, proyectamos.
Valores como familia, respeto, solidaridad, compartir y otros mas fueron como estrellas refulgentes en los albores de esta nuestra querida urbe. Las cosas no estaban hechas, el trazado de las calles apena comenzaba.
Escogieron un lugar para que el tiempo y el espacio de los moradores de las pocas viviendas adquiriesen un norte, tuviesen una brújula para orientarse. Y sus propias vidas tuviesen consistencia. Y la convivencia pasase del encuentro de individuos, sujetos anónimos al encuentro de personas, de vecinos. De pobladores a ciudadanos.
Nuestros antepasados han acogido y recibido el regalo de la Madre porque han aceptado al Hijo del Eterno Padre, aquel que en el texto es llamado “Emmanuel”, que quiere decir Dios-con-nosotros; un cantautor lo llama “Dios-de-nuestro-lado, Jesucristo, el centro del cosmos y de la historia. Aquel que ha puesto su morada entre nosotros.
El pequeño templo en el centro de la aldea se convirtió en una especie de fuente de agua viva para saciar la sed de eternidad que bulle en el corazón de todo hombre y mujer, creados a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad. Allí, a la sombra de la pequeña construcción se fueron cuajando los sueños comunes, fueron creciendo en el conocimiento de Dios (cfr. Col 1,10) al estrechar cada vez mas los lazos de amistad entre ellos.
Fueron sorprendiéndose de ver cómo crecía la ciudad y como la propuesta de vida cristiana se abría paso en el seno de la ciudadanía, interesada en hacer el bien. En el trajinar de cada día le daban sabor a la vida, a menudo modesta y sencilla como la de San José de Nazareth.
11/09/22