Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos ¿Cuántas y cuáles son tus deudas?
Siempre se nos ha enseñado que no es bueno tener deudas; “el que paga sabe lo que tiene” expresa un proverbio popular. Hay personas a quienes las deudas no les quita el sueño; hay otras, que no pueden conciliar su descanso a causa de las deudas.
Aún cuando pagásemos todas nuestras deudas, el Apóstol San Pablo nos recuerda que “la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo” (carta a los Romanos, cap. 13, versículo 8).
Cada mañana, al despertar, nos percatamos que Alguien ha velado nuestro descanso y que nos regala gratuitamente la luz del día. Se nos abre una nueva página de la libreta del “banco de la vida” y notamos que tenemos un saldo a nuestro favor, no para un disfrute solitario y egoísta, sino para compartir con los demás.
La caridad no es un suplemento que, en tu generosidad, sin tener obligación alguna, ofreces a los demás.
La caridad la “debes”. Es un crédito que los demás exhiben ante ti, siempre y en todas partes. He aquí algo que como Discípulos Misioneros y Discípulas Misioneras siempre debemos a los que caminan a nuestro lado por estas calles.
No alcanzarán los días de nuestra vida para terminar de pagar la deuda de la caridad.
Cumplir el mandamiento del amor no nos convierte en héroes, merecedores de una placa. Simplemente hemos devuelto a los otros una mínima parte de los que Dios Padre nos ha regalado.
Vigilante y centinela
En el tiempo del profeta Ezequiel las ciudades eran custodiadas por turnos de centinelas, que desde unas atalayas, daban la voz de alerta ante un peligro inminente.
El vigilante sirve para cuidar los bienes materiales; el centinela tutela, custodia el bien de todos; el vigilante está activo sobre todo en las noches; el centinela no conoce horarios y no baja la guardia ante la luz del día.
Y va mas allá. Según la misión que YHWH le confía al profeta, se percibe que el centinela ha de cuidar también que no se cometan injusticias, que no se generen actitudes prepotentes de parte de los poderosos en perjuicio de los débiles.
Los confines del rol del centinela tocan la vida de cada persona de la comunidad. Porque la vida de la comunidad depende la vida del individuo y de la vida del individuo depende la vida de la comunidad. Son una especie de vasos comunicantes. En el corazón de la vida está el tesoro de la caridad.
Surge una cuestión delicada. ¿No existirán muchos vigilantes que gritan cuando se ve amenazada la disciplina y pocos centinelas cuando se trata del territorio -sagrado por excelencia- de la caridad?
Recordemos el texto del Génesis, cap. 4, versículo 9, después que Caín mató a Abel. YHWH le preguntó ¿dónde está tu hermano? Y la respuesta fría, seca de Caín ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?
El Evangelio según San Mateo es denominado el evangelio eclesial por cuanto da las pautas para la vida en comunidad. El Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-35), por ejemplo, presenta instrucciones sobre cómo debe ser la convivencia entre los miembros de la comunidad, de modo que ésta pueda ser una revelación del Reino de Dios. Y en los versículos del 15 al 20 presenta a la comunidad bajo el signo de la corresponsabilidad.
Cada uno debe responder por la salud integral de su hermano. Cada uno es guardián de su hermano. El procedimiento indicado por el evangelista no hay que confundirlo con un proceso. Se trata más bien de una mano extendida obstinada y delicadamente hacia el otro que amenaza con alejarse, separarse.
Y el eje neurálgico de esta tarea es la del amor. Más que llamarlo al orden, es necesario llamarlo a dejarse amar. A fin de ejercitar correctamente la corrección fraterna es preciso abandonar cualquier postura de superioridad. El pecador debe advertir que quién le corrige es pecador tanto o más que él, uno que comparte su misma fragilidad y miseria.
Y aún cuando no acepte quedarse en la comunidad. Se le “debe” aún mas amor.
06/09/2020 +José Manuel, Obispo