Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Segundo Domingo de Cuaresma. Los tiempos son tiempos de prueba. La Cuaresma debería conducirnos hacia la profundidad del desierto para deslastrarnos de todo los que impide que subamos la montaña.
Una insensata guerra desatada en el corazón de la “cultísima” Europa; cosa que no pensábamos que fuese a ocurrir en pleno siglo XXI. En otras latitudes, sí. Pero jamás aquí, me comentaba una persona alemana.
Un continente con dos milenios de cristianismo. Y los dirigentes se dejan guiar por el “ego” de su personalidad y de sus sueños de grandeza. Megalomanía.
En nuestras comunidades las familias, esforzándose por inculcar valores en los jóvenes corazones para que broten sentimientos de solidaridad, de compasión, de generosidad, de búsqueda del bien común. Y se encuentran que en el ambiente prevalece el “egoísmo”: el yo, llena todas las casillas.
Parece ser que los adultos, quienes hemos de animar a la generación de relevo para la construcción de una sociedad más justa, humana, fraterna, queremos dejarle un planeta con una crisis ecológica, sin especies animales, sin especies vegetales y sin especie humana. Porque sin padre ni madre no habrá procreación humana.
¿Qué vamos a responder a la próxima generación? Que hemos dado derecho a los animales y se los hemos conculcado a los niños y niñas. La crisis ecológica, el desastre en la naturaleza, es expresión del “descentramiento” que vive el ser humano en su corazón. Me parece que estamos volviendo a la ley de la jungla.
¿Hemos pensado nuestras ciudades sin un semáforo? Creo que ya no tienen sentido.
Los seres humanos estamos desfigurando el rostro de nuestras comunidades al privilegiar el tener sobre el ser; estamos diciendo con nuestras acciones que la vida humana no tiene valor. Las penumbras de la noche parecen asomarse con fuerza avasallante sobre nuestra civilización; la “cultura de la muerte” ha echado raíces en muchos actores de la vida ciudadana y están modelando en forma negativa.
Estamos poniendo en las manos de nuestros jóvenes carbones apagados. ¡¡Qué duro será el invierno que se nos avecina porque así no podrán encender las fogatas para tener un poco de calor!!
Es preciso aprender a descubrir en el rostro del otro el rostro de un hermano. Mientras no lo hagamos, la tiniebla cubre nuestros ojos. Valdrá lo mismo un pedazo de oro que la persona que está allí delante. Vamos a decapitar a los minusválidos porque no producen y solo generan gastos; igual haremos con los ancianos.
La Transfiguración del Señor Jesús es la invitación a subir con Él a la montaña para aprender a hurgar en la profundidad del propio ser y contemplar la belleza de todo hombre o mujer para darle sentido a la existencia; el peregrino aprenderá que la felicidad no estriba en la posesión de lo perecedero sino en la entrega generosa y desinteresada en la búsqueda del bienestar del otro.
El Transfigurado, con su luz, posibilita que experimentemos el gozo “que bien se está aquí” porque se está con otros seres humanos; porque Cristo es el rostro humano de Dios y es el rostro divino del hombre y de la mujer.
“No ames el éxito. Cuanto más lo ames y lo tomes como un objetivo, más te alejarás de él. El éxito, así como la felicidad, no puede ser perseguido; debe suceder, y sólo sucede como efecto colateral de una dedicación personal a una causa mayor que uno mismo o como producto de la entrega a una persona que no es uno mismo” (Victor Frankl).
13/03/22
+José Manuel, Obispo