Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Un día como hoy, el 09 de Agosto de 1945 la ciudad japonesa de Nagasaki fue arrasada por una bomba atómica; tres días antes, el 06, lo mismo aconteció a la ciudad de Hiroshima.
Y desde entonces la humanidad no ha podido dormir tranquila porque a partir de entonces comenzó la así mal llamada “carrera armamentista”; hoy existen tantas ojivas nucleares que pueden destruir para siempre la vida humana sobre la faz de la tierra y envenenar el medio ambiente, haciendo inhabitable el planeta.
Se conmemoran 75 años de estas notas tan trágicas en las que murieron alrededor de 140 mil personas, muchas de ellas, producto de las secuelas por las radiaciones.
La vida del ser humano sobre la tierra, la historia humana es como un campo de trigo; pues con mucha frecuencia, surgen como sangrientas amapolas, las guerras. Y al parecer son como los hitos que marcan el paso de una época a otra. En los libros de historia así se continúa a enseñar a las nuevas generaciones.
Se magnifican los hechos bélicos en desmedro de los grandes avances científicos, de los esfuerzos que se realizan en las pequeñas y grandes comunidades en la solución solidaria de sus problemas; se “endiosa” las figuras con uniformes militares y no se le da la importancia debida a los uniformes de los profesionales del área de la salud; a los avances que realizan los profesionales del área educativa, en sus diversos niveles, en una entrega mística a la labor de formar los corazones y las mentes de los niños, jóvenes y adultos para que sean hombres y mujeres de bien y puedan convertirse en luz en el sendero de la vida de sus contemporáneos.
Se adquieren equipos bélicos mientras que las escuelas, liceos, universidades se derrumban por la desidia gubernamental en todos sus niveles. Al parecer se privilegia la cultura del puño cerrado y no la de la mano abierta dispuesta a dar y a recibir para establecer relaciones de amistad y solidaridad.
Los estragos de hace 75 años en estas dos poblaciones mártires del Japón, no deben quedar en los libros de historia, ni en el anecdotario bélico de una humanidad que parece revivir, a cada momento, aquella terrible máxima atribuida a Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, quién la adaptó en su obra De Cive: Homo homini lupus («El hombre es un lobo para el hombre»).
Lo cierto es que después de 75 años, las armas atómicas siguen proliferando entre las potencias nucleares. Nadie quiere ceder un palmo y se vuelve a una carrera de armamentos nucleares, con el fin de crear un equilibrio del miedo y del terror, a poca distancia de una guerra nuclear. Ahí están Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China, Pakistán, Irán y Corea del Norte.
¿Cómo vencer estos feroces “perros lobos” de la guerra? Recuerdo la famosa historia del lobo de Gubbio de la Florecillas de San Francisco de Asís. Cuando las personas del poblado se comprometieron a dar de comer al lobo, este cesó sus feroces ataques a los rebaños de ovejas y a los pobladores. La manera de vencer esos lobos no es pidiendo a Dios Padre que envíe un rayo y que acabe con los malos. El rayo fulminaría de primero al solicitante.
Convertirnos en sembradores de trigo para llevar pan a la mesa de los necesitados: El pan de la educación, el pan de la salud, el pan de buenos servicios básicos, el pan de buenas vías hacia las comunidades mas alejadas, el pan de buenos programas sociales que lleven a las personas a “aprender a pescar” y no a hacerse dependientes de unas dádivas pudiendo valerse por si mismos.
Aprender que no es necesario eliminar comensales sino agrandar la mesa. Aprender a agregar un puesto más a la mesa. Y en el centro que esté el Señor Jesús “tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. El exulta de gozo por ti, te renueva con su amor y baila por ti con gritos de júbilo” ( profeta Sofonías 3,17).
09/08/2020 +José Manuel, Obispo