Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
En este quinto domingo de Pascua las lecturas bíblicas nos traen aires de la novedad que va generando la Buena Noticia de Jesucristo.
El texto de Hechos 14,20-26 nos presenta el periplo apostólico de Pablo y Bernabé, quienes anuncian que una fuerza radical de transformación está actuando en el mundo; una renovación que no es nada fácil y que encuentra resistencia: que es una novedad que exige fidelidad y perseverancia.
Esta fuerza renovadora se va afianzando y generando comunidades que necesitan organizarse para permanecer y proyectarse en el tiempo y en el espacio. Se crean servicios que permitan consolidar el trabajo cumplido y garantizar de forma estable aquel servicio que Pablo y Bernabé han desarrollado en sus visitas.
Es preciso preservar la vida de las personas e instituciones. La estructura está en razón de la vida. Es por eso que la elección se hace después de oración y de ayuno para que se vea clara que la toda acción, todo ministerio en el seno de la comunidad es acción de Dios Padre; que es preciso remover toda opacidad humana para que brille la gracia divina. Todos, pastores y fieles, son encomendados y puestos bajo la mirada del Pastor. El solo da seguridad.
Regresando de su viaje misionero, los apóstoles informan a la iglesia de Antioquia, de dónde habían salido. No es un relato periodístico, no es una rendición de cuentas, no es aventura de héroes. No. Es un relato, es contar las maravillas que Dios ha hecho por medio de ellos. Más aún, es una celebración.
El texto del libro del Apocalipsis 21,1-5 presenta una novedad radical. La renovación de todas las cosas representa la realización de la profecía de Isaías (65,17). Todo sufrimiento, toda lágrima, los lutos, los miedos, todos los elementos negativos que agreden a la humanidad serán borrados. Es un anhelo del corazón humano.
El teólogo jesuita Teilhard de Chardín afirmaba que la humanidad camina hacia adelante, hacia el “punto omega”, en medio de este impulso hay un quiebre ya que el ser humano solo podía llegar hasta determinado momento. El quiebre viene dado por un impulso divino ya que solo el Creador puede llevar adelante los esfuerzos y aspiraciones del ser humano. En efecto, la Jerusalén que aparece en el libro viene del cielo.
Es de hace notar que la salvación está ligada a una ciudad, obra del ser humano. Situada en una determinada posición geográfica. Es obra humana. Todo lo que sea auténticamente humano no es ajeno al corazón del discípulo de Cristo. Es la materia inicial de la historia de la salvación. El Altísimo da su mérito a todos los esfuerzos, a todas las iniciativas que emprenden los hombres y mujeres de buena voluntad.
Y la nueva alianza que Jesucristo está a punto de sellar con su muerte y resurrección, contempla una sola cláusula, un solo compromiso decisivo. “La nueva ley es Jesús mismo como signo elevado que manifiesta y expresa el amor de Dios Padre. En el nuevo mandamiento el Señor Jesús no pide nada para El ni para el Padre, sino solamente para el hombre. Sale de nuevo a la luz que Dios no polariza en sí al hombre y a la mujer, ni los acapara: al contrario, es un dinamismo expansivo de amor universal, cuyas ondas empujan cada vez más lejos” (Mateos y Barreto).
Los discípulos aprenden de su Maestro no una doctrina sino un comportamiento. Lo que aquí abajo es edificado en el amor, no se perderá, sino que será transfigurado. El cielo nuevo y la tierra nueva, su materia primigenia está en germen en cada corazón que “ama, sufre y espera”. Esta es la novedad del cristianismo.
25/05/22
+José Manuel, Obispo