Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El 19 de junio se celebró el cuarto centenario del nacimiento del filósofo, matemático, escritor cristiano católico, Blas Pascal. Nació el 19 de junio de 1623, en Clermont, zona central de Francia.
Por tal motivo el Santo Padre Francisco publicó la Carta Apostólica Sublimitas et miseria hominis (Grandeza y miseria del hombre). Con este título el Pontífice quiere resaltar la paradoja que estuvo siempre presente en la vida y en el pensamiento del filósofo francés.
En la Sagrada Biblia, en el salmo 8 versículo 5, encontramos una interrogante que aguijonea el corazón de todo ser humano; el escritor sagrado le pregunta al Altísimo “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él; el ser humano para que lo cuides?”. Esta es la pregunta que atravesó toda la aventura intelectual y religiosa de Blas Pascal.
Inquieto por buscar la verdad, no cejó en su empeño e hizo público lo que iba encontrando en este itinerario.
A pesar de la fama que le rodeó desde muy joven, fue un pensador que estaba atento a lo que ocurría en su entorno. En 1661 estuvo detrás de la creación en Paris del primer sistema público de transporte, los “carruajes de cinco centavos” para facilitar a la gente común la posibilidad de trasladarse.
Con la publicación de esta carta, el Papa Francisco quiere resaltar del pensador francés su sincera búsqueda de la verdad, tarea de nunca acabar. Resalta la “noche de fuego” del 23 de noviembre de 1654, en la que él mismo relata su experiencia del encuentro con el Altísimo, que le hizo derramar lágrimas de alegría. Fue tan decisivo este momento, que lo escribió en un papel y lo cosió en el forro de su abrigo y que fue descubierto después de su muerte.
Sus palabras sobre Dios y el hombre le llevaron a afirmar que el ser humano es un enigma indescifrable a menos que se le mire desde Jesucristo. Este es la clave para llegar al conocimiento de Dios y del hombre. Y esto debe hacerse en un clima de admiración, en una actitud de regocijo. Porque el Altísimo genera alegría.
Reconoció la grandeza de la inteligencia humana, de los descubrimientos científicos, del valor de la filosofía. Pero la salvación no viene de los filósofos. La verdad que salva no significa una búsqueda aislada y solitaria sino que está signada por el encuentro con el Otro y con los otros. Y el rostro del Otro lo descubrimos en el rostro de los otros.
Pascal murió muy joven, a los 39 años. En medio de su enfermedad deseó recibir la Hostia, lo cual no fue posible de inmediato; esto le llevó a decirle a su hermana “que si no podía comulgar con la Cabeza (refiriéndose a Jesucristo en la Hostia Consagrada) quiero comulgar con los miembros (refiriéndose a los pobres)”. En efecto, tenía una gran sensibilidad hacia los pobres y quería morir en su compañía.
El Papa Francisco ha querido recordar a este laico, que no es un santo canonizado, que llevó una vida correcta, ejemplar, también para indicarnos que en nuestro tiempo, en nuestras circunstancias, es necesario emplear nuestra inteligencia, nuestro tiempo, los bienes materiales en la búsqueda del sentido de la vida. No se puede ser feliz solo. A los jóvenes de hoy es preciso que les demos razones para vivir, creer y esperar. Y eso no lo da la pantalla de los más sofisticados aparatos electrónicos.
El ser humano es el camino para llegar a encontrar la clave de lo que somos y hacemos.
25/06/23
+José Manuel, Obispo