Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Tu bondad, oh Padre, preparó una casa para los pobres y desvalidos (cfr. sal 67)
Todo habla; la corporeidad humana, los objetos y las imágenes hablan.
Existir es habitar. Todo ocupa un espacio. Se está en un determinado lugar, temporal o permanentemente, llenando un espacio; todo ser vivo –plantas, animales, personas, se sitúan y pueden ser identificados porque son visibles.
Entre los seres vivos, los animales y los seres humanos delimitan sus espacios para vivir; en efecto, los aves construyen los nidos, las bestias buscan una cueva para guarecerse; la manada de animales delimita un territorio para permanecer; los seres humanos identifican los espacios con construcciones diversas, una de las más fundamentales es la casa.
La casa pertenece a las realidades que le proporcionan cierta seguridad existencial al individuo; en su interior se establecen los primeros lazos unitivos y/o generativos. “Para vivir tiene el hombre necesidad de un medio favorable y de un abrigo protector: una familia y una casa, ambas designadas con la misma palabra hebrea: bayt” (VTB, p. 150).
En la casa se generan procesos que marcarán el ser y el quehacer del sujeto; desde su condición masculina o femenina, la casa en la que transcurre la infancia es, en realidad, un mundo sea en cuanto lugar de la historia personal, sea en cuanto espacio en el que se interactúa con las personas y con los mismos objetos que están allí.
El “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset, tiene muy presente la casa ya que va configurando unas circunstancias que dejarán huellas en la vida futura del niño. Constituye la casa el espacio en el que las personas y los objetos pasan a cobrar una vida distinta al pasar por el “yo” que va configurándose y dándole vida a todo lo que lo rodea. Es así como el “yo” va animando el mundo con su “ánima”.
Con qué delicadeza hemos de tratar a los pequeños; cuánta responsabilidad tienen los responsables de la res-publica, de la cosa pública, porque han de procurar que las familias puedan disfrutar de casas que reúnan condiciones para permitir pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas (cfr. Populorum Progressio) de tal manera que los progenitores puedan actuar para que no se pierdan los talentos con que la Divina Providencia ha dotado a cada uno de los miembros de una familia.
La vida de los santos y beatos no transcurrió en una alfombra mágica. Tuvieron que hacerse sin duda. Más no menos cierto tuvieron unas circunstancias humanas que les permitieron desarrollar una cualidades, unos talentos que tenían.