Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
En el cuarto evangelio ( cfr. Jn. 1, 35ss) leemos que Andrés era discípulo de San Juan Bautista; pasa por allí el Maestro de Nazareth y que al oírle decir que ese era el Cordero de Dios, le sigue. El Maestro se vuelve al ver que lo siguen, pregunta a los caminantes ¿Qué buscan?; a la cuestión le responden con otra ¿dónde vives?; “vengan y lo verán”- les responde. Fue, vió donde vivía y se quedó con El.
Ese encuentro cambió su vida, determinó para siempre su ser y su quehacer. Es fundamental el encuentro personal con el Señor Jesús, conocerle no de oídas sino de persona, no podemos conformarnos con un encuentro virtual. Nadie aprende a nadar por correspondencia.
Cristo es el Verbo; un cantautor expresaba que Cristo era verbo no sustantivo; el verbo expresa la acción; por eso dejemos que El conjugue su vida con la nuestra, la mezcle, la mueva. El debe constituirse como nuestro único y mayor motivo. No le tengamos miedo a sus exigencias: lo máximo que nos pedirá es el amor a Dios Padre y a nuestro prójimo, especialmente a los que más sufren.
Es interesante notar que el encuentro de Andrés con el Señor Jesús no lo dejó tranquilo; al contrario, desplegó en él un ímpetu misionero de tal manera que se encontró con su hermano Pedro: “hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Y lo llevó a Jesús.
La “escuela de Andrés” es un espacio vital que es preciso frecuentar más a menudo. Preguntémosle al santo, hermano de Simón Pedro ¿qué le motivó seguir a Jesús?, ¿Qué experimentaste que te cambió la vida?
Sentarse a los pies del Maestro es la primera actitud del discípulo. El escudriñar la Escritura, el zambullirnos en la Palabra como el pez en el agua, como las hojas buscan el sol. No conformarnos con recitar fórmulas, como papagayos; es preciso vivir sumergidos en Jesucristo como lo expresó muy bien San Patricio: “Cristo a mi izquierda, Cristo a mi derecha, Cristo encima de mí; Cristo debajo de mi…”
La dimensión comunitaria, “eclesial del ser en Cristo”; San Pablo se la recuerda al bautizado: “pues, todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1 Cor. 12,13; cfr Gal. 3,28).
Con el bautismo, el discípulo se inserta en una realidad eclesial que preexiste, en un “ser uno en Cristo”, en un “nosotros. El “ser en Cristo” lleva consigo estar cerca los unos de los otros a través del vínculo que es el Espíritu de Cristo (cfr. Gal. 3,26ss), en una cercanía relacional no necesariamente física.
Paradójicamente, es precisamente el salir de sí, para amar al prójimo, el camino de interiorización que une a la Santísima Trinidad, como participación en su vida relacional, y que coincide también con nuestra humanización (ser “persona” en el don de si), el “nosotros” eclesial en el “nosotros” divino como sintetiza 1 Jn 1,3).
“En Cristo” todo discípulo misionero, toda discípula misionera –y no solo una minoría, una élite”- está llamado a vivir una experiencia extraordinaria de la Trinidad como algo natural y no solo al final de un largo camino ascético.
Pasar del cristianismo de normas, de prácticas religiosas, a la vida discipular.
04/11/22
+José Manuel. Obispo