Abg. Alberto Romero / Todo abogado en el ejercicio de la práctica laboral ha de establecer un marco de prioridades dentro del cual encuadrar y orientar su conducta y, consecuentemente, procurar mantenerla lo más impecable posible a lo largo de los años, por cuanto es público y notorio que el Derecho es una carrera que engloba un vasto universo de conocimientos cuya naturaleza resulta totalmente cambiante, variable y, como tal, implica un esfuerzo tenaz por parte del jurista, obligándolo a enriquecer de forma constante las credenciales con el fin de potenciar su bagaje profesional, a tal punto que pueda brindar un servicio mucho más eficiente y óptimo.
El rasgo inequívoco que distingue a un abogado de valía respecto de uno mediocre, es que aquel resuelve problemas, mientras que este los genera.
Sean inteligentes, piensen a largo plazo y traten de pertenecer al primer grupo. Cuando una persona toma la trascendental decisión de dedicarse al Derecho, adquiere el irrenunciable pacto de estudiar la vida entera. Así pues, un abogado genuino presenta dos exámenes diariamente: frente a sus colegas y, por supuesto, frente a los clientes.
La credibilidad de un jurisconsulto se sustenta en el talante académico y en su capacidad para desarrollar un rol de investigador que lo impulse a analizar, a escudriñar y a adentrarse en niveles superiores de preparación. Es por ello que un auténtico apasionado de las leyes forjará en su alma el supremo hábito del estudio, siendo consciente de que, a efectos de poder triunfar en una sala de juicio, deben prevalecer en primerísima instancia el saber y la instrucción. De igual manera, dar un ejemplo firme, labrarse un buen nombre y conservar una reputación sin fisuras constituyen una cualidad primordial que el jurista tiene que buscar, encarnar y proteger en extremo. En tal sentido, aún sigue vigente lo anunciado por Simón Bolívar hace dos siglos:
“Los legisladores necesitan, sin lugar a dudas, una escuela de moral”. Dicho esto, se deduce con claridad que el hombre de leyes está comprometido a demostrar grandeza de espíritu, comportándose humilde y respetuosamente, dentro y fuera de los tribunales, de los bufetes y de los juzgados. Albergar interiormente la noble ambición de ser excelentes, de ser íntegros, de no venderse al mejor postor y de no convertirse en “unos más del montón” no configura nada malo ni perjudicial, todo lo contrario: emprender y recorrer un camino distinto, lejos de los vicios y ajeno a las irregularidades indignas que tanto repudiamos, es lo que cualquier estudiante primerizo ha de plantearse al inicio de su proyecto de vida profesional.
Asimismo, y no menos importante, se encuentra el hecho de cuidar con esmero la imagen personal: no solo sirve ser abogado, sino también parecer abogado. El vestuario, el porte y la presencia desempeñan un papel capital a la hora de posicionarnos en esta rigurosa profesión. Por consiguiente, no hay que subestimar el impacto favorable causado por un hombre o una mujer que, además de saber y dominar con propiedad la esencia de las normas, hace gala de una apariencia que despierta confianza en la percepción de los clientes, del juez o del gremio abogadil.
En el mismo orden de ideas, el abogado debe afinar y pulir un agudo discernimiento de la realidad, de los hechos y proceder a ejercitarlo con vigor, teniendo como objetivo principal probar que la verdad está de su lado en el momento en que la exigencia de la carrera así lo requiera, haciendo uso y esgrimiendo los razonamientos más convincentes y apropiados. En consecuencia, ha de moldear y perfilar un estilo propio y original, valiéndose de la elocuencia y aprehendiendo el léxico jurídico a cabalidad, es decir, manejar con suma destreza las técnicas de litigación y argumentación, toda vez que tanto la oratoria como la retórica suponen la columna vertebral de un verdadero jurista, por ende, es menester e imprescindible capacitarse y entregarse al estudio para actuar con resolución, pisar fuerte y estar a la altura de las circunstancias cuando el destino imprevistamente depare algún reto laboral de excepción.
Habría que decir también que un abogado debería decantarse por una especialización en el ámbito legal de su preferencia, habida cuenta que hoy en día la denominada “práctica generalista de la abogacía” es desacertada y extemporánea. En el mundo globalizado y competitivo del Derecho en pleno siglo XXI, quienes alcanzan el éxito con mayor probabilidad son aquellos que se especializan y concentran en un campo del saber. Pretender abarcar todas y cada una de las ramas jurídicas es excesivamente complejo, absurdo e impracticable, de modo que especializarse en profundidad en un determinado entorno, abrirá más puertas e incrementará las plazas y oportunidades reales de empleo.
Y concluyendo (pese a que dejamos varias cosas en el tintero), el abogado que quiera marcar diferencia y destacarse del resto por méritos propios, indefectiblemente ha de empaparse de la sabiduría derramada por los estudiosos del Derecho que desde los albores de la humanidad se han dado a la singular tarea de pavimentar el camino de la Ley. Se debe reconocer, admirar y continuar el inconmensurable legado llevado a cabo por los doctrinarios, los jurisconsultos, los letrados (entre otros) de generaciones pasadas, ya que gracias a ellos la abogacía goza de alta estima y es considerada un eje fundamental para la salud, la concordia y la estabilidad de cualquier sociedad. Toda persona que disponga de un título que lo acredite como abogado tiene la obligación y la responsabilidad de honrar y proseguir la senda de la Justicia, cueste lo que cueste, hasta el final de los tiempos.
Esperamos que este modesto artículo incida de manera especial en la formación de los lectores del mismo. ¡Feliz año nuevo 2021!
Autor: Abg. Alberto Romero, cursante de la especialización en Derecho Penal y Criminalística en la Universidad Rómulo Gallegos, en el municipio Bolivariano Guanipa.