Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Vivimos un cambio epocal. No una época de cambios, sino un cambio de época, trayendo mutaciones en todos los órdenes de la vida.
Las nuevas tecnologías han aportado muchos elementos positivos, acercando más a las personas, el planeta parece una “aldea global”; los avances científicos han revolucionado el campo de la salud y de la medicina. Persiste el anhelo de un mundo en paz y se realizan esfuerzos con esa intención.
La pandemia del covid ha dejado al descubierto lo frágil que somos los seres humanos. El cuidado de la “casa común” se ha convertido en una prioridad en la agenda mundial. Los jóvenes buscan espacios para su creatividad; la presencia de la mujer en la dinámica social exige que se realicen cambios para abrirle espacios. Las religiones tienden puentes para acercarse y estar presentes en la realidad de cada día.
Persisten “la guerra a retazos” como afirma el Papa Francisco con beneficios para “los perros de la guerra”; las secuelas de racismo conducen a conflictos étnicos. La migración lleva a millones de personas a sufrir brotes de xenofobia en los lugares de acogida.
Un creciente interés por ayudar a los más pobres recorre la vida de personas e instituciones a nivel mundial. Parecen “quijotes” luchando contra “molinos de viento”. Pero no cejan en su empeño humanitario.
El panorama eclesial se ha fortalecido por la presencia en la sede de Pedro de un hijo de la Patria Grande de América. La iglesia se ve sacudida por el sufrimiento de menores y personas vulnerables, víctimas de abusos sexuales, de poder y de conciencia, perpetrados por clérigos y agentes de pastoral en los predios de parroquias, colegios y otros centros.
¿Dios calla?, ¿Dónde está Dios? Estas realidades han provocado escándalos y desasosiego en muchos corazones. Para muchos la “pequeña lombriz de tierra”, el ser humano, no tiene “compón”; tiene un corazón torcido y siempre será así. Fatalismo.
Si persistimos en ver lo oscuro, jamás estaremos preparados para percibir los pequeños haces de luces. Donde quiera que se encuentre un ser humano, que es un recuerdo mimado por Dios Padre, podremos cantar con el salmo 8 “Señor Dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!” porque ha creado al ser humano y lo ha colmado de dignidad.
Precisamente, esta verdad es la que recorre toda las Sagradas Escrituras: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en El no muera, sino tenga vida eterna” (Evangelio de San Juan, cap. 3, vers´. 16).
Vamos por el camino de la vida, como los discípulos de Emaús (véase Evangelio de San Lucas, cap.24, vers. 13 y siguientes) desanimados, todo lo ven oscuro y van llenos de tristeza. Un desconocido les conversa por el camino. Y les cambia la perspectiva. Tanto así que no le temen a la oscuridad, ya que regresan a Jerusalén esa misma noche, “la noche es clara como el día” cuando se camina con fuego en el corazón y alas en los pies porque alguien se convirtió en “una luz en tu sendero”.