Por los caminos. Escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
Este domingo 10 de octubre el Papa Francisco abrirá en Roma el itinerario que nos conducirá a la celebración del Sínodo de los Obispos en octubre de 2023 cuya temática será sobre la sinodalidad; el domingo 17 en todas las diócesis realizaremos la celebración para indicar que entraremos en la fase diocesana de dicho recorrido y que durará hasta el mes de abril de 2023.
Cristo el Señor se presentó a si mismo como “el Camino, la Verdad y la Vida” (evangelio según San Juan 14,6); los primeros cristianos eran llamados “los discípulos del camino” (Hechos de los Apóstoles 9,2; 19,9). La vida cristiana era presentada como un itinerario que conducía al conocimiento de Cristo en la vivencia en el seno de una comunidad.
La palabra sínodo es un término muy antiguo, venerado por la tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación; compuesta por la preposición syn, y el sustantivo odos, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios.
En el ADN de la fe cristiana está la dimensión comunitaria. Seguir al Maestro de Nazareth significaba entrar a formar parte de una comunidad. El camino se hace con los otros y surge así un nos-otros.
Desde los primeros siglos se designó con la palabra “sínodo” las asambleas, reuniones, de las comunidades de la iglesia, en sus diversos niveles (local, regional, zonal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, los asuntos doctrinales, litúrgicos, disciplinares, pastorales que se iban presentando en la vida de las mismas comunidades.
El Concilio Vaticano II (11 de octubre 1962-8 de diciembre1965) promovió una renovación en el tejido eclesial y tenía como telón de fondo desentumecer la vida de las comunidades que se habían aletargado, fosilizando las instituciones, perdiendo el dinamismo misionero y el contacto entre las mismas. El centralismo, las decisiones en manos de unos pocos, disminuía la dimensión comunitaria de la vivencia de la fe.
La obra de renovación fue un volver a las fuentes, redescubriendo cuestiones nucleares, que con el tiempo se habían olvidado: la Iglesia, ícono de la Santísima Trinidad y la noción de la iglesia como Pueblo de Dios. En efecto, la eclesiología del Pueblo de Dios destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de los dones, de las habilidades, aptitudes, de los diversos servicios y ministerios en el interior de las comunidades y en el proyectarse hacia su entorno.
Un foco importante de la obra conciliar fue el énfasis que puso en presentar a la comunidad eclesial como servidora de la humanidad: la Iglesia existe para el mundo, para ser fermento en la masa. El cristiano católico es un discípulo misionero en todas las circunstancias y momentos de la vida y evangeliza con su presencia. Un cristiano católico nunca está solo, aún cuando diga “yo”, siempre dice “nosotros”.
Los tiempos que corren piden que los discípulos misioneros y las discípulas misioneras del Señor Jesús redescubramos la valencia comunitaria de la fe ya que el mundo en el que vivimos enfatiza el individualismo.
10/10/21 +José Manuel, Obispo