Celebramos los primeros cien años de existencia del movimiento apostólico Legión de María. Es un hito en la historia de la iglesia y de la humanidad. Si realizamos una mirada retrospectiva, nos percataremos de los cambios que han transformado a la humanidad en esta centuria que han recorrido los legionarios y las legionarias en el mundo entero.
En la génesis de la Legión está un grupo de laicos, bautizados y bautizadas, conscientes del significado de su bautismo. Por su misma realidad histórica, por su incorporación a Cristo, el laico está llamado, ante todo, a santificarse y a santificar al mundo.
Estamos en los albores del siglo XX. La humanidad ha pasado por lo que se denomina la primera guerra mundial. Esa misma trágica experiencia ha permitido que en las distintas denominaciones cristianas (luteranos, metodistas, anglicanos, bautistas, pentecostales, etc) nazcan tímidas experiencias de encuentros para estrechar lazos de amistad, originando lo que posteriormente se denominara el movimiento ecuménico.
En la catoliquísima Irlanda un pequeño y tímido grupo de laicos inician una experiencia novedosa: reunirse para orar, fortalecer su fe y para salir a visitar a las familias en sus casas. Sin saberlo, “sin sospechar que habían de ser instrumentos escogidos por la Divina Providencia” (manual, p.8), una pequeña chispa que llevará el fuego de Dios Espíritu Santo a todos los rincones de la tierra.
¿Qué les guiaba? Solo buscaban “el mejor modo de agradar a Dios y de cómo hacerle amar en el mundo” (manual, p. 8).
Así inician casi siempre las obras de Dios Padre. La vida cristiana está movida por tres principios: buscar la gloria de Dios Padre, el bien del prójimo y la propia santificación.
El apostolado legionario es realizado en el silencio y en el anonimato; no se busca “figurar”, todo esto es para resaltar más el poder de la Gracia y del Espíritu sobre la debilidad humana. Todas las grandes obras que se emprenden llevan la impronta mariana de glorificar y exaltar el poder de Dios; en el sentido según el cual todo es realizado para que el Señor Jesús sea conocido, amado y servido.
El Concilio Vaticano II (11 Octubre 1962- 08 de Diciembre 1965) fue un extraordinario acontecimiento del Espíritu, que tiene innumerables frutos y en el que se destaca la forma de considerar la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia. Los fieles laicos pertenecen al Pueblo de Dios, junto a los miembros del ministerio ordenado y a la vida consagrada. En él interactúan en el modo que les es propio de la función, ya sea sacerdotal, profética y real de Cristo mismo.
Específicamente en la Constitución Lumen Gentium (luz de las gentes o luz de las naciones) y en el Decreto Apostolicam Actuositatem (sobre el apostolado de los laicos), donde se define el ser de los laicos, destaca la importancia de su vocación y misión, la esencia de su espiritualidad y lo plantea como un gran desafío a desarrollar: «buscar el Reino de Dios, tratando las realidades de este mundo y ordenándolas según Dios”, o sea, que para ser cristiano y ser Iglesia, el laico no tiene que salir del mundo, que es en las realidades de ese mundo, donde se tiene que santificar y no a pesar de ellas.
El laico por el bautismo queda unido a la tarea creadora de Dios. Por el trabajo es creador y santificador de este mundo, donde deber ser “sal y luz del mundo”. Y esa es la idea al asociarse en la Legión de María, idea brillante que comenzó a funcionar 44 años antes del Concilio Vaticano II. Fue en vísperas de la Natividad de la Santísima Virgen María, el 07 de septiembre de 1921, en Dublín, Irlanda.
12/09/21
+José Manuel, Obispo