Por los caminos. Escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
Todos los tiempos ha visto a la humanidad en una búsqueda de unidad. Imperios han surgido y han sometido a otros pueblos e intentado uniformar costumbres, usos, e idiomas. Muere el líder y desaparecen los lazos que forzaban la unidad.
Hay disciplinas deportivas que son practicadas en numerosos países. Sin embargo, no logra abarcar todo el globo terráqueo.
Existen canciones que son íconos de la humanidad de todos los tiempos y trascienden épocas, fronteras y culturas (Noche de Paz). Sin embargo es para un determinado tiempo del año y no logra tocar el corazón del ser humano.
Ese ser humano busca individualmente un “no se qué” que le permita orientar su vida hacia un realidad que unifique sus deseos, que ciña todo ser y su quehacer y le otorgue una consistencia sólida que le defina un rumbo a su existencia.
La fiesta de Pentecostés es la propuesta que hace el cristianismo a la búsqueda de la unidad. Con el don del Espíritu Santo se derrama el amor de Dios Padre sobre toda la creación y baja a lo más profundo del corazón de cada persona, comunicándole vida y belleza.
El viento impetuoso y las lenguas como de fuego son imágenes muy elocuentes para expresar la fuerza irresistible, la universalidad y profundidad de lo que acontece. Hay una recreación. Se renueva la faz de la tierra. Son derribadas las barreras que separaban al cielo de la tierra. Se experimenta una comunión total.
El misterio de Pentecostés es misterio de santidad, esto es, de entrega total a la Santísima Trinidad.
En el Evangelio leemos que era la noche de Pascua, los Once se han encerrado en casa, desorientados y perdidos; temen ser perseguidos por las autoridades por ser discípulos del tal Jesús.
Jesús resucitado se hace el encontradizo (cfr. Lc 24,), va a buscar a los que estaban en desbandada y sin rumbo cierto (cfr. Jn. 21, 1ss); Él conoce nuestros corazones. Silencioso e inesperado, fiel y misericordioso viene y se da de nuevo a sí mismo.
Llenos de vida y entusiasmo, los discípulos sienten arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Saben que van con una propuesta que va contagiada de amor. Darán su vida por el mensaje del que son portadores y portavoces.
Después de veinte siglos ¿qué hemos hecho con la unidad que va implícita en el anuncio del Evangelio? San Juan XXIII afirmó que el Evangelio está aún por estrenarse. El anhelo de la unidad late aún en la humanidad, ¿qué respuesta daremos?
23/05/21 +José Manuel, Obispo