Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Celebramos hoy otra manifestación del Verbo hecho Carne. Así como en la Navidad se adoraba al Hijo de Dios y al Hijo de la Virgen María manifestado en la humildad de nuestra carne mortal y que fue anunciado a unos pastores, gente de la periferia, personas que no eran bien vistas por la sociedad de su tiempo; en Epifanía, contemplamos que unos paganos, unos reyes magos venidos desde lejos, vinieron a adorar al Rey de los cielos, al rey celestial y le ofrecieron sus dones, expresando con ello que el Niño estaba destinado para todas las naciones. Ahora, en el bautismo, se nos dice para qué es Cristo. Es para transformar nuestra vida en el baño de la nueva regeneración; para expresar que ha venido para que crezcamos en Él y con Él sirviendo a los demás; para que pasemos por el mundo haciendo el bien.
Después de su bautismo, el Señor Jesús comenzó lo que llamamos su vida pública, su ministerio de evangelizador. Sintió la necesidad de llegar hasta donde estaban las personas para anunciarles que todos estamos llamados a compartir su filiación divina; que nuestra vocación humana encuentra su plenitud en la apertura a la trascendencia. Y que esta tarea se construye en, con y desde un “nosotros”.
En el ADN de la fe cristiana está la dimensión comunitaria porque hemos sido creados a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad, comunidad divina de personas.
Esta es la gran novedad de la fe cristiana, es el misterio central de la fe y de la vida de los cristianos (cfr. CEC 234). Jesucristo se hace bautizar por Juan en el Jordán y, después de su resurrección, confiere esta misión a sus apóstoles: “Vayan , pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu Santo…”(Mt. 28, 19-20).
¿Por qué se bautizó Cristo? Es un gesto elocuente de su anonadamiento (Filp. 2,7), de su kénosis. Vino para darnos ejemplo, al que no tenía pecado, el Padre lo hace pecado. Cristo se rebajó y eleva al ser humano desde allí, desde su abajamiento, pasó como uno de tantos. El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación, desciende entonces sobre Jesús como preludio de la nueva creación y Dios Padre manifiesta a Jesús como su “Hijo Amado” (Mt. 3,16-17).
Todo bautizado es el hijo, es la hija esperada sobre el que se posa el espíritu del Señor. Y así nosotros, los discípulos misioneros y discípulas misioneras, somos llamados como la primera comunidad cristiana, a dar testimonio del camino recorrido por Jesucristo, que es el único que salva al hombre y lo conduce a la comunión con Dios Padre.
Con el bautismo Dios Padre se convierte en el centro de la vida del discípulo (a) misionero (a) y hace que se interese por la suerte de los demás porque todo hombre/mujer es mi hermano/hermana.
Una tarea existencial sería averiguar sobre nuestro propio bautismo. ¿En qué parroquia fui bautizado (a)?, ¿Quién fue el ministro?, ¿Cómo se llaman mi padrino y mi madrina del bautismo?, ¿cuántos ahijados (as) de bautismo tengo, cómo se llaman?
10/01/21
+José Manuel, Obispo