Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
Este segundo domingo después de la Navidad abre una nueva perspectiva de lo que significa la manifestación de la Santísima Trinidad.
Es bueno recordar que en la Navidad creemos, confesamos que Dios Padre envió al Verbo, a su Hijo, y con la gracia, con la acción del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María. En las fiestas navideñas proclamamos que toda esa acción divina se hace visible, no se queda en consignas ni en proclamas. Porque “Las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio” ( Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Divina Revelación, 2).
El Creador fue guiando a la humanidad por diversos caminos, medios, personas, le habló a la humanidad; estableció la carpa, la tienda de campaña de su sabiduría en medio de la humanidad. La carpa indica al mismo tiempo estabilidad y provisionalidad; abrigo y riesgo, seguridad y aventura.
La cercanía del Altísimo no es un dato estático, un dato adquirido de una vez para siempre. Una heredad definitiva.
El llamado es a progresar en la sabiduría; a dejarnos interpelar por las circunstancias y eventos de la vida; aprender a leer con los ojos, el corazón, la mente divina los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra existencia.
La carpa, la tienda de campaña expresa la idea de un camino que hay que inventar. El alimento que ofrece es en previsión de una nueva partida, la luz que se encuentra en ella permite pasar la noche con el ánimo dispuesto a seguir el reclamo de la aurora.
La mentalidad de ghetto, el ufanarse que se tiene toda la verdad, la pretensión de excluir a los otros peregrinos va contra la sabiduría de Dios. La imagen de la carpa nos manifiesta que la realidad del Reino se encuentra en territorios inexplorados.
Armar y desarmar la carpa es una tarea imprescindible para toda persona que desea ingresar en la escuela del Maestro de Nazareth.
En el Prólogo del Evangelio según San Juan leemos que “la Palabra puso su morada (su tienda, su carpa) entre nosotros” (1,14). El Hijo del Eterno Padre es una tienda. Tienda indica provisionalidad, precariedad, inseguridad.
Llena de estupor que la plenitud de la manifestación divina se realice en una acción de anonadamiento, de “kenosis”; en el llanto de un pequeño, en una cueva de animales. No en una manifestación de poder ni en el palacio imperial ni en el centro de la sabiduría como la ciudad de Alejandría ni en Atenas.
“Casa de piel”, así denominan los hombres del desierto a la carpa. Un casa que es sacudida por el viento de la existencia común, se estremece por el frío de la noche, padece los rayos implacables del sol.
La carpa vive en simbiosis con el mundo exterior. El nómada, en el interior de la tienda de campaña, siente la vibración del mundo circundante.
La tienda sirve de protección, repara. Pero no separa. Acoge, hospeda; no aísla. Un nómada no carga una casa; carga una carpa. Porque está en éxodo. Posiblemente aquí radica la diferencia fundamental entre la casa de piedra y la “casa de piel”. La casa nos sedentariza, nos vuelve perezosos para el camino; la tienda “hace” el camino, “sale fuera” con el trashumante.
La carpa no es para los nómadas. Ella misma es nómada. No tiene más remedio que desplazarse.
Sí, Cristo apenas ha venido a la tierra y todos nosotros, que somos su Iglesia, nos sentimos llamados a movernos con Él. En efecto, el vocablo Iglesia proviene del griego Ek-kaleo que significa “llamados desde”.
La pregunta fundamental planteada por la encarnación del Verbo es ¿a dónde nos lleva? Y así nos agregamos a la caravana de los discípulos misioneros y discípulas misioneras del Señor Jesús.
03/01/2021
+José Manuel, Obispo