Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Somos el barro, Tú, el Alfarero.
El ser humano siempre se siente incompleto, insatisfecho. Llega a una meta y esta se convierte en un trampolín para un proyecto futuro. Hay un vacío que debe llenar. Y no logra llenarlo totalmente.
Este hombre, mujer del siglo XXI ha logrado llegar a las profundidades marinas y ha lanzado naves que, desde hace décadas, están surcando los espacios siderales. Es capaz de recrear ambientes de los siglos pasados por el conocimiento que tiene de la historia, de las condiciones de vida de tiempos pretéritos. Ha inventado sofisticados equipos en el ámbito de las comunicaciones.
Su mente febril no tiene reposo; se afana en seguir investigando y escudriñando los orígenes de la vida. Se debate entre la espera y la no-espera. El espíritu emprendedor lo ha llevado a llenarse de cosas inmediatas y considera que ya lo tiene todo como el rico del evangelio “ya tienes acumulados muchos bienes para muchos años” (Lc. 12, 19) ¿será que su sed de infinito será por siempre un grito en el desierto?
Este mismo hombre en esta segunda década del siglo XXI se encuentra atemorizado porque un minúsculo virus, de laboratorio o surgido de no sabemos donde, lo ha puesto de rodillas, ha hecho saltar en mil pedazos las agendas, los proyectos, “Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos” (Papa Francisco).
En nuestro país, los integrismos excluyentes han acentuado la grave crisis política, social, económica, ética, por la que atravesamos; es recurrente oír en los voceros políticos que la responsabilidad de lo que sucede está más allá de nuestras fronteras, que otros son los autores de la escasez de productos de primera necesidad, de la escasez de la gasolina, etc. Y que los migrantes son responsables de sus desgracias porque al irse a otros países “han dejado el mejor de los mundos posibles”(sic), ¿estaremos destinados a ser como ciegos y perennes errantes en la búsqueda del progreso, justicia?, ¿Cuándo pasaremos de condiciones de vida menos humanas a más humanas?; la convivencia ciudadana en respeto mutuo, en honestidad y búsqueda del bien común ¿se nos convertirá en castillos de arenas?
El sufrimiento y el dolor de las personas, producto de la pandemia, ha sido un acicate para que la reserva moral y espiritual de nuestras comunidades saliesen a relucir, a manifestarse. Y con cuanta creatividad. Y teniendo como finalidad el servicio a los demás sin distingos de ninguna clase.
El tiempo de Adviento se abre con la gozosa imagen profética “Y sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, somos el barro y Tú, el alfarero: somos todos obra de tus manos” (Isaías 64,7). Es una imagen sugestiva que invita a algo nuevo; que exhorta a descubrir que hay futuro, que la esperanza no está detrás, sino delante; que el “barro” del que estamos hecho sigue siendo moldeable, no se ha endurecido y que nos “dejamos” en las manos de Alguien que quiere lo mejor para esta criatura salida de sus manos.
No hay una hora precisa para esperar a Cristo; hemos de saber que su presencia toca nuestra vida a cada instante porque “la espera constituye la trama de la vida. Es su fuerza y debilidad. Impaciente y serena, la espera es compañera de la vida en sus búsquedas y encuentros. Contiene sus secretos. A veces es su freno y trampolín de lanzamiento, su memoria y el latido de su corazón… la espera es de algún modo nosotros mismos, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras certezas e interrogantes, con nuestras necesidades y nuestros deseos” (E. Debuyst).
Frente a un mundo adormecido, el Adviento expresa que Aquel del “rostro albeante” nos precede y acompaña para que salgamos de nuestras “cómodas ciudades” a emprender la búsqueda de razones para vivir y esperar porque la esperanza cristiana implica un momento práxico, es operativa y no meramente contemplativa.
Que el Adviento 2020 sirva para que los discípulos misioneros y las discípulas misioneras del Señor Jesús notifiquemos la Buena Nueva y la encarnemos con nuestras palabras y acciones.
29/11/2020 +José Manuel, Obispo
Más datos. El Adviento es el tiempo de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además marca el inicio del Nuevo Año Litúrgico católico y este 2020 empezará el domingo 29 de noviembre.
Adviento viene del latín “ad-venio”, que quiere decir “venir, llegar”. Comienza el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre) y dura cuatro semanas. Conoce más detalles, en ACI Prensa.