Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos. El Evangelio no puede ser escondido.
El capítulo 10 del Evangelio según San Mateo se abre con la elección de los Doce Apóstoles y en el desarrollo de dicho capítulo, el evangelista nos va mostrando las grandes líneas de lo que el Maestro espera que sean y hagan sus enviados. Imagen: This is the memory He wants us to carry.
Y, en consonancia con la dinámica de la vida de los profetas, les previene que en el mundo encontrarán dificultades y persecusiones; que no lo tendrán fácil ya que el Mensaje evangélico no es un edulcorante porque tiene exigencias que chocan contra el estilo de vida muelle, individualista y fácil que propone la sociedad.
Les advierte “no les tengan miedo” ¿A qué y a quienes”. En el texto afloran cuatro “miedos” del misionero: · Miedo a hablar en público (10,26-27) · Miedo a que destruyan su integridad física (muerte del cuerpo) (10,28-31) · (Más bien debería tener) miedo a perder la salvación (“muerte del alma”) (10,28- 31) · (Más bien debería tener) miedo a perder la comunión definitiva con Jesús (10,32- 33).
El miedo surge cuando percibimos un peligro que va contra nuestra vida, que pone en riesgo nuestra integridad física. Y este miedo puede generar que el misionero mimetice el mensaje, se calle, no anuncie la Buena Nueva. Eso puede generar lo que el Señor Jesús les enseña “que la sal se vuelva sosa”, “que la luz sea colocada debajo de la mesa”. Y pierde razón de ser.
La raíz de la evangelización es el discipulado y la fuerza irresistible de la Palabra que no admite ser guardada (“no se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín”, 5,15ª); ella, por naturaleza propia, tiende a manifestarse abiertamente. ¡El evangelio no puede ser escondido! En otras palabras, el misionero es ante todo un “discípulo”, formado en la intimidad con el Señor Jesús.
La vida profética conlleva riesgos y peligros. No es para tímidos ni timoratos. Los grandes exploradores de los siglos pasados tenían presentes que lanzarse a la aventura no era “ir de excursión” sino que arriesgaban su vida porque se introducían por caminos inhóspitos, agrestes, en territorios inexplorados; los misioneros que iniciaron la evangelización del continente estaban conscientes de la gran aventura en la que se comprometieron a riesgo de la propia existencia.
El Señor Jesús espera que sus enviados sepan estar a la altura de la elección; que pueden morir a manos de tantos que se cerrarían ante sus palabras. La vida de los profetas del pueblo de Israel así lo demostraba.
Lo peor que puede ocurrir es que el miedo a la muerte física haga que toda la fuerza de la Buena Noticia se esconda, la “muerte del alma” es la muerte de la razón de ser de la existencia de la Iglesia y de los predicadores; es como quitar a la vida el sol, es como cortar la lengua y enmudecer.
En todo momento el Señor Jesús les anunció a sus discípulos que la tarea no era fácil. Es admirable que estos once hombres perseveraron en el seguimiento del Maestro de Nazareth, han podido desertar, como otros tantos: “desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con Él” (San Juan 6,66). Confesaron su fe dando la vida por cumplir el mandato misionero del Resucitado.
Esto es lo que sostuvo, sostiene y sostendrá la fe de la Iglesia. La sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos.
Seguramente a las notas de la Iglesia contenidas en el Credo: Una, Santa, Católica y Apostólica, se podría añadir “la de estar siempre perseguida. La historia cuenta millones de mártires. San Oscar Arnulfo Romero afirmó que “la persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida”.
¿Qué quiere decir esto? Jesús pide valentía también frente al daño extremo e irrevocable en el que podemos caer, esto es, frente a la muerte. El hecho de que nosotros continuemos viviendo o que nuestra vida se acabe de repente, puede depender de los hombres.
Con todo, Jesucristo nos recuerda que la muertes es solamente realidad penúltima, que la vida terrena no es el bien mayor y que la muerte no es el mal más grande, y que, a pesar de su poder para matar, los hombres no tienen ningún poder discrecional sobre la salvación o sobre la condenación. Aquí termina el poder humano y comienza el ámbito del poder exclusivo de Dios. En otras palabras: Jesús invita a tener coraje, no porque Dios enfrente a los hombres e impida que los maten, sino porque los hombres matando no pueden influir en lo más mínimo sobre el destino de salvación definitiva, sobre nuestra vida eterna con Dios. Al mismo tiempo invita al temor de Dios, porque nuestro destino definitivo solamente depende de él: la vida o la ruina eterna.
No hay que tener miedo de Dios, hay que acoger con sencillez y respeto esta situación. Según esto el valor más alto no es la vida terrena, por eso no hay que tratar de conservarla a toda costa. El valor mayor es nuestra relación con Dios y con su voluntad, por eso debemos comprometernos valientemente con todo nuestro ser.
28/06/2020 +José Manuel, Obispo