Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos. Enseñanzas poco populares.
Qué bueno y satisfactorio es encontrar en los caminos de la vida a tantas personas que van por el mundo con alegría y repartiendo sonrisas. Jamás apelan a sus bienes o a sus títulos para presentarse. Son las primeras dispuestas a un servicio. Son buena gente.
Independientemente de la posición social o de la responsabilidad que tienen en la vida social, hacen que todos se sientan bien en su compañía. Tienen esa facilidad de evitar discusiones estériles; tienen buen sentido del humor. Y saben sonreír.
En el evangelio de San Lucas, el Señor Jesús presenta una lección con dos temas que producen cierto escozor: La humildad y la limosna. Términos que casi han desaparecido del vocabulario de los tripulantes de esta nave espacial que surca los espacios siderales.
a) Al humilde lo quiere Dios: “Hazte más pequeño cuan más grande seas y hallarás gracia ante el Señor” afirma el sabio del Antiguo Testamento; y Jesús concreta “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla será engrandecido”. Si por alguien tiene predilección Dios Padre – y su enviado, Jesucristo- es por los débiles, por los últimos, por los pequeños. El salmo alaba a Dios porque “él fue quien dio a los desvalidos casa”, porque “a huérfanos y a viudas da su auxilio”.
b) El que es discreto y modesto en sus pretensiones, al que es humilde y no alardea de sus cualidades o riquezas, todos lo quieren; al orgulloso y al engreído, o lo desprecian o le tienen envidia. Cuanto más grande es una persona en su interior, menos se pavonea y más sencilla es en el trato con los demás. Y esto es lo que hace que se le tenga más aprecio.
c) La humildad nos hace bien, sobre todo, a nosotros mismos. El ser humilde, el ser discretos en la ambición y modestos en la auto estima, afecta a la raíz de nuestro ser: nos permite conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos, nos ahorra muchos disgustos y nos proporciona una mayor armonía interior.
Limosna. Además de prestar una utilidad tangible a quien se encuentra en necesidad, aligera no solo el peso de la cartera, sino también en el pecado, con gran ventaja para un caminar más expedito.
La limosna no es un lujo. Constituye una forma elemental del pago de las deudas. En relación a Dios y al prójimo contemporáneamente (¿es solamente una casualidad que hoy muchos consideren superadas y obsoletas tanto la práctica de la limosna como el sentido del pecado?).
Los gestos de caridad (limosna) más que echar humo en los ojos de los otros, sirve – como enseña el libro del Eclesiástico- para echar un poco de agua en el fuego y, consiguientemente, hacer un poco menos insoportable la convivencia con nosotros mismos. El infierno, piense lo que quiera Jean Paul Sartre, no son los otros. El infierno, con mucha frecuencia, somos nosotros mismos.
01/09/19
+José Manuel